domingo, 14 de mayo de 2017

CONVERSOS,HETERODOXOS Y ENAMORADAS


En recuerdo de Carmen Laforet.
Tengo la costumbre sin motivos aparentes, y si los hay escapan a mi comprensión, de releer de vez en cuando a Carmen Laforet. El más evidente es la prosa de Nada, su primera novela con 22 años. La traté un poco en los últimos años de su vida, a través de mi amistad con Manuel Cerezales, y con  la hija de ambos, Cristina Cerezales. Cristina es una gran escritora, con seis libros publicados,  y excelente pintora que dejó los pinceles por la escritura con evidente fortuna. Cristina cuida la memoria de su madre, a la que yo sigo recordando con un fervor equivalente a la antipatía que me produce Líli Alvarez, la tenista mundana y fabulosa de la que Carmen  se enamoró. Se enamoraron,  pues sus  cartas no son literatura ni juicios literarios , como eran las que Carmen se cruzaba con Ramón J. Sender. Hasta que   Lilí Alvarez se sintió traicionada  por la última maternidad  de Carmen y se despidió con un brutal  “adios; no me verás más”. 

 

 Carmen Laforet fue una conversa, una  mujer nueva que buscaba la paz interior que nunca halló. Lo cual la llevó  a borrarse literalmente de su mudo, el mundo de la literatura. Eso, explicable en grandes pecadoras, la convirtió en una mujer nueva, pero Carmen Laforet era solo una burguesita catalana, no una pecadora en el sentido estricto que  manejamos  en las grandes conversiones, modelo de las cuales es Ignacio de Loyola. La mujer nueva,  es el título de  una mediocre novela a años luz de  Nada. O de La insolación o La isla y los demonios.

Toda conversión es una especie de renacimiento luminoso; pero tiene su lado obscuro. Todo converso es traidor a algo o a alguien.  Lleva dentro un hereje y por lo tanto un heterodoxo. Amo a los conversos, los herejes y los malditos, que suelen ir juntos. Amo  a los grandes pecadores arrepentidos cuando el pecado ha sido placer intenso, no obligación fatal o el comercio de ser malos.

 Suelen ser los artífices de grandes obras que, en buena  medida, cambiaron el curso de la humanidad. Ignacio de Loyola, por ejemplo, fundador de los jesuitas. He aquí un converso grandioso. Cuando ya no hay conventos ni monjas ni frailes, tengo una amiga que quiere meterse a monja como lo la hija de don Juan Alba. No sé en quedará la cosa. El trauma del español que sueña  tener amores con una monja a mí se me quitó hace tiempo. Ver mi libro Sin pecado concebido (Edit Akal). Empieza así: “el dia en que, sin querer, le toqué el culo a la monja capillera….”

Le he propuesto a Ramón Akal una segunda parte: Reencuentro del capiller y la capillera. Pero le parece una frivolidad. Lo único que le interesa son las cosas de Podemos, las cosas canónicas  y estalinistas de Podemos; sin heterodoxos ni malditos. Como Dios manda.

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