El enigma sin descifrar
Mi amiga no era alfarera, aunque
trabajaba en un alfar y modelaba primorosamente. Pero no vivía de eso, no sé de
qué vivía. Vendía alguna pieza, sin
preocuparle el precio, o la regalaba por capricho. Con frecuencia me decía “no
soy la mujer que tu piensas”. En verdad yo no pensaba nada. Pero le hice la
promesa que me pedía dando ella por descontado que yo la cumpliría: “sé que
nunca escribirás ni dirás nada que dañe mi imagen de mujer”.
Yo era crítico de arte de una
revista minoritaria pero muy prestigiosa. No admitíamos publicidad ni los
pintores o escultores podían pagar con un cuadro ni la portada, ni una reseña
favorable. A la Alfarera Prodigiosa le gustaba la revista, sencilla, que
se llamaba Crónica3, pero nunca puso demasiado empeño en salir en ella.
Llegaría el día por su propio peso debía pensar. En París y en Londres las
revistas especializadas le habían colmado de elogios. En especial, la
periodista más temida de Paris por su
dureza muy bien sustentada intelectualmente, Justine Meaunier. Que le
hiciera una crítica adversa de sus barros y sus figuras no podía dañar su
imagen de mujer, sino su condición de artista. Deduje que mi amiga era sáfica o
probablemente y, lo más seguro bisexual,
no de su conducta conmigo sino por sus figuras y su modelados. Le
gustaba la palabra sáfica y detestaba la palabra lesbiana. Las parejas de
mujeres, besándose, abrazándose o acariciándose con ternura infinita, tenían
una tensión formidable. Las parejas de hombre y mujer eran más despreocupadas,
como sin acabar, y el hombre, pese a su instinto agresivo y dominador
irreprimible, era un ser indefenso. Y la mujer, una mujer distante,
indiferente. Las hacía porque algunos clientes se la pedían, solo encargos muy
especiales. “Me gustaría modelaras un
retrato mío”, le dije un día.
“Quizá cuando reciba una carta tuya de
esas que tanto me emocionan y que tardo en abrir, por miedo”. Yo nunca hacía
alusiones morales o pasionales en mis artículos, pero no soy extraño a cierto sicologismo consustancial a todo
crítico de arte. Y las esculturas de mujer estaban tratadas con más amor. Nunca
modeló hombres solos, como el David de Miguel Angel o el Pensador, de Rodin.
Creo, resumiendo, que nunca conocí de verdad a la Alfarera Prodigiosa. Era la
atracción del abismo, de un pasado joven que solo ella conocía, el misterio
inconcluso…transformado en amor. No quería ser deseada, sino amada. Un día, en
uno de sus viajes por el Caribe, me escribió que había descubierto su Hakuman
o algo así, cosa que ignoro qué significa y preferí no indagar. Step by step, paso a paso, voy reconstruyendo
el rompecabezas; step by step es una filosofía que me ha llegado al
corazón y más adentro, paso a paso. La Alfarera Prodigiosa me dice que no le ha
tocado el virus de la pandemia, al que es inmune por razones que no me explica.
Lo cual me llena de felicidad.
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