El último renacentista
Ha muerto Jesus Pardo,
perdido en la desmemoria en una residencia de ancianos. Una inteligencia
sobrenatural, una memoria prodigiosa. Trilingüe en castellano, francés e
inglés, experto en rumano y alumno adelantado de ruso y alemán, pretendía que
le enseñara latín y griego, que ya manejaba con soltura y que, fiado a mi
condición de exseminarista, creía que yo sabía más. Novelista, poeta,
traductor. Me comunica la muerte, el poeta y catedrático, Domínguez Rey,
y la esposa de Jesús me la confirma. Paloma
Ceballos ha superado el coronavirus y le queda una vida destrozada, pero
“hay que seguir”. Jesús Pardo fue mi
amigo generoso; cuando ni dios me hacía caso, pese al convencimiento general de
que yo era un “gran periodista”; me abrió las puertas de la revista Historia
16, publicación mensual para la que hice una sección titulada Poesía con
Historia que duró 30 números y Jesús pretendía editar en libro. Consistía
en elegir un poema y situarlo en el contexto histórico, político y personal del
autor. Creo que comenzamos con don Juan de Tasis, Conde de Villamediana, poeta
y caballero, amante de la reina. Osado hasta la temeridad, se presentó en un torneo vestido con un traje
recamado de reales de plata y la leyenda: “son mis amores reales”. A los pocos
días, o esa misma tarde no recuerdo bien. Lo mataron en la Calle Mayor, a raíz
de lo cual surgió una copla quevedesca: “mentideros de Madrid/ decidnos quién
mató al conde?/ Ni se sabe ni se esconde./ Dicen que lo mató el Cid/ por
ser el conde Lozano./ Disparate soberano./ La verdad del caso ha sido/
que el matador fue Bellido/ y el impulso soberano”.
Invitados por Dorel Filipescu de
la embajada rumana en España y por Darie Novoceanu, traductor de Góngora
al rumano, viajamos quince días por
Transilvania, por el territorio de Vlad Tepes, el Empalador, del que
sabía todo: leyenda e historicidad. Pardo, poeta también sin alcanzar
las excelencias de su narrativa, y lector de poesía. Uno de sus escritores preferidos era Endry Ady, poeta húngaro por el que sentía fascinación.
Tradujimos y publicamos juntos una antología de sus versos. Pluralizo
porque él hizo traducción textual y yo le puse la
música; le quité, digamos, rigidez métrica y ortodoxia y le puse libertad.
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