martes, 26 de mayo de 2020

In memoriam Jesus Pardo


El último renacentista

Ha muerto Jesus Pardo, perdido en la desmemoria en una residencia de ancianos. Una inteligencia sobrenatural, una memoria prodigiosa. Trilingüe en castellano, francés e inglés, experto en rumano y alumno adelantado de ruso y alemán, pretendía que le enseñara latín y griego, que ya manejaba con soltura y que, fiado a mi condición de exseminarista, creía que yo sabía más. Novelista, poeta, traductor. Me comunica la muerte, el poeta y catedrático, Domínguez Rey, y la  esposa de Jesús me la confirma. Paloma Ceballos ha superado el coronavirus y le queda una vida destrozada, pero “hay que seguir”.   Jesús Pardo fue mi amigo generoso; cuando ni dios me hacía caso, pese al convencimiento general de que yo era un “gran periodista”; me abrió las puertas de la revista Historia 16, publicación mensual para la que hice una sección titulada Poesía con Historia que duró 30 números y Jesús pretendía editar en libro. Consistía en elegir un poema y situarlo en el contexto histórico, político y personal del autor. Creo que comenzamos con don Juan de Tasis, Conde de Villamediana, poeta y caballero, amante de la reina. Osado hasta la temeridad,  se presentó en un torneo vestido con un traje recamado de reales de plata y la leyenda: “son mis amores reales”. A los pocos días, o esa misma tarde no recuerdo bien. Lo mataron en la Calle Mayor, a raíz de lo cual surgió una copla quevedesca: “mentideros de Madrid/ decidnos quién mató al conde?/ Ni se sabe ni se esconde./ Dicen que lo mató el Cid/ por ser el conde Lozano./ Disparate soberano./ La verdad del caso ha sido/ que el matador fue Bellido/ y el impulso soberano”.
Invitados por Dorel Filipescu de la embajada rumana en España y por Darie Novoceanu, traductor de Góngora al rumano, viajamos quince días por  Transilvania, por el territorio de Vlad Tepes, el Empalador,   del que  sabía todo: leyenda e historicidad. Pardo, poeta también sin alcanzar las excelencias de su narrativa, y lector de poesía. Uno de sus escritores  preferidos era Endry Ady, poeta húngaro por el que sentía fascinación.  Tradujimos y publicamos juntos una antología de sus versos. Pluralizo porque él hizo traducción textual y yo le puse la música; le quité, digamos, rigidez métrica y ortodoxia y le puse libertad.


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