domingo, 19 de diciembre de 2021

 

Estupor y enigmas del suicidio

Se ha suicidado VERONICA FORQUE, una de las actrices de comedia, más populares y queridas de España.No soprende el suicidio, soprende la forma de ejecutarlo una mujert AHORCÁNDOSE, COLGADA. Es una forma abrupta habiendo barbitúricos, sobredosis como se supone acabó  Marilin Monroe El gran escritor gaditano,  In memoriam, Eduardo Tijeras, escribió El estupor del suicidio, acaso incompleto, pero definidor de la naturaleza del mismo. Digo incompleto porque, posiblemente, no tenía noticia de todos los suicidas famosos, por no hablar naturalmente, de los suicidas anónimos. En el año 2020 se suicidaron en España 3941 personas, de las cuales un veinticuatro por ciento eran mujeres y un setenta y seis por ciento hombres. La tendencia  de edad es de los 65 años para arriba. Pero resulta alarmante el índice creciente de suicidios en la juventud y adolescencia.  Hace años me sorprendió descubrir que  Suecia, un país desarrollado, rica y claro exponente de la sociedad del bienestar y la cultura, era la más abundante en suicidas.  No lo parecía cuando las suecas empezaron a llegar a España en la década de los setenta del pasado siglo,  a tostarse  al sol en bikini durante el dia en las costas mediterráneas, y pasarse por la piedra  a estudiantes, camareros y albañiles por la noche. En mi libro, publicado por editorial Akal,  Y llegaron las suecas, he dejado constancia de ello. En realidad, más que suecas, que también, las que llegaban a la Costa Dorada y la Costa Brava eran alemanas y austriacas. Pero a todos efectos de fornicio, libaciones y librepensamiento era lo mismo. Es decir, por ningún lado ,  en suecas y asimiladas, aparecían síntomas de suicidio. Un aliciente que añadía morbo a la cuestión era provocar algún incidente no arriesgado en demasía,  con la Guardia Civil.  Por entonces, signos de la España auténtica y verdadera eran los toreros y los Guardias Civiles, con sus respectivos signos diferenciadores, el traje de luces, el uniforme, la montera y el tricornio. Mi ocupación  en el Hotel Carlos era doble, servir de camarero y organizar  excursiones con las agencias de viajes, las cuales proporcionaban buenos ingresos y ganancias. Y organizar capeas con vaquillas resabiadas que se cebaban en el culo de las suecas y se hartaban de darles revolcones  a ellos y a ellas. Una foto plantándole cara a la vaquilla, aunque el pase no llegara a consumarse, la pagaban a precio de oro.

 El único intento de suicidio que recuerdo fue el de Armando Ortiz, un colombiano que estudiaba textiles en Canet de Mar y estaba perdidamente enamorado de Montserrat, una cordobesa  dueña de una pensión y un bar en la playa  cuando nos descubrió una madrugada durmiendo en el chiringuito.  Antes de adentrarse en el mar, como una Virginia Woolf sudaca y en masculino, Armando me había abierto la cabeza de un botellazo. Se lo perdoné al instante pues yo también había sufrido transitoriamente mal de amores. Montserrat carecía de todo sentido de la fidelidad y los alemanes la veneraban.  Como intento de suicidio contumaz y persistente yo podía considerar la vida de her Fritz y frau María, amigos de her Carlos, el dueño, que durante un mes, los traía a España  a mesa, mantel y cama. Her Fritz murió una madrugada, de un ataque al corazón,  y frau María se quedó viuda, empapada de alcohol,  bebiendo incansablemente una mezcla simultánea  de cerveza y snaps, un orujo seco y fortísimo. Durante un tiempo, me sentí culpable de la muerte de her Fritz, pues hubiera bastado con cerrarle el grifo dado que era yo quien le servía. Nunca supe con certeza el origen de amistad tan profunda. Her Fritz me contaba que  Carlos Bauer podía jugar en la guerra,  de barco a barco, hasta cuarenta partidas simultáneas de ajedrez.

Tabú y condenación

Hasta no hace mucho en España el suicidio era tema tabú, secreto  e intocable. Sabíamos los ilustrados que Larra, Fígaro, se había pegado un tiro por el desamor de Dolores Armijo que Buero Vallejo reflejó en La detonación y que Hemingway, amante y divulgador de los sanfermines, también había puesto fin a su vida. En 1964, Juan Belmonte, el revolucionario del toreo, el genio, ángel de sombra como lo definió Bergamín en El arte de birlibirloque, se había levantado la tapa de los sesos. Belmonte había anunciado que el dia que la garrocha de arriba, el palo,  y la garrocha de abajo, la polla,  no le funcionaran se quitaría de en medio.  Cumplió la promesa tras  una mañana acosando toros y provocando un infarto que no llegó. No es frecuente el suicidio entre toreros. Les es  más rentable como gloria inmortal,   dejarse matar en el ruedo. Juan Ordóñez, banderillero de su hermano Antonio, el coloso, casado con Paquita Rico, se suicidó. Y Paquito Muñóz, un torero modesto ya retirado, se tiró al Tajo en Toledo desde el Puente San Martín.   Ordóñez tardó tiempo en creerse la muerte del escritor. Católico y creyente, su fe le enseñaba que todo suicida está condenado al infierno por quitarse una vida que es patrimonio y derecho sólo de Dios. Salvo en cosas de religión y toros,  Ordóñez tenía mucha guasa, con un punto malaje. En un tablao de Sevilla le abrió el bolso a Oriana Falaci y repartió  su dinero entre cantaores, guitarristas y bailaoras. La belicosa e irascible periodista  italiana le soltó dos bofetadas de órdago a la vez que le gritaba, ¡!vaquero, fascista!!

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