miércoles, 22 de enero de 2014

MANU LEGUINECHE, EL LOBO ESTEPARIO. IN MEMORIAM

La muerte carecía de importancia; era una posibilidad de la tribu guerrera del periodismo, lo que todos hubiéramos querido ser cuando salimos de la Escuela:  corresponsales de guerra. Manu Leguineche ha muerto. Me acordé de él cuando lo de Javier Espinosa y compañeros cautivos. Hacía tiempo que solo yendo a Guadalajara se podía tener comunicación con él. Estaba ciego y parado en una puta silla de ruedas, un tormento infernal para cualquier hombre. Y más, supongo,  para un hombre de trinchera y viaje.  El último recuerdo, dos botellas del mejor vino, cuando fui a Guadalajara a dar una charla sobre toros. Una nota: "no puedo estar ahí. Pero el vino siempre fue mejor compañía que la mía. ¿Has mejorado tu técnica de mus?". Cuando le dieron un premio en el Mundo o  un homenaje, no recuerdo,  me costó acercarme a su silla y que solo me reconociera por la "voz, de órdago a juego con treinta y tres". Ya empezaba a ver nada más que sombras.

Hace tiempo había dicho adios a las madrugadas belicosas de mus y güisqui, hace tiempo que había dicho adiós al periodismo, anclado en una puta silla de ruedas, rodeado de  la oscuridad de Homero; un lobo estepario. Estas navidades hablé  con Javier Reverte, allá por África a la caza de un nuevo libro. " no hay nada que hacer; Manu está como  un vegetal".

 Para las nuevas generaciones,  un maestro; para nosotros, los  carrozas de aquel  tiempo de plomo y de ceniza, un amigo. Si algo aprendimos, y Manu también lo aprendió, es a no tener maestros ni héroes   ni dioses: solo alguna diosa nocturna de escarcha y madrugada. En su casa de Islas Filipinas fundó el Club de los Faltos de Cariño. Nunca quise afiliarme a ese club,  porque siempre he tenido la manía, o la presunción,  de que nunca me ha faltado caríño; al menos el cariño de la gente que quiero que me quiera.  Abro uno de sus libros más conocidos, La guerra de todos nosotros: Vietnam. La rapacidad del Imperio, los usacos depredadrores.

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