miércoles, 9 de julio de 2014

SAN FERMIN: A FANDIÑO, UN VICTORIANO POR POCO LE PARTE LA MADRE.



Mis amigos de Iruña son unos tocapelotas  y  unos gamberros  de tal por cual, con permiso de San Fermín. No hay derecho que a cada hora me llamen para darme noticia del punto del ajoarriero, de cuántas botellas de crianza han trasegado y del resultado del encierro. El lunes ocurrió una cosa curiosa. Voces conocidas me iban informando por telefono del desarrollo de la corrida mientras  estaba en la plaza y yo me partía de risa;  al fin se apercibieron del ruido de la plaza. No daban una a derechas. Ni a izquierdas y andaban ya un poco calamocanos. Acabado el festejo salí de naja hasta Cizur, sin dar ocasión  a pegarle  un tiento a la bota. Para evitar peligros mayores.  Cuando nos hacíamos confidencias de nuestras cuitas y aburrimientos Joaquín Vidal -cuyo premio ha desdeñado JT-  y yo, nos conjurábamos para no pisar nunca más una plaza de toros; mentira. Pervive la querencia.

Mi maltrecha anatomía y otras ocupaciones más livianas que la crónica taurina apenas me permiten ir a los tendidos. Pero me moriría si faltara a La Maestranza, la Monumental de Pamplona o Vista Alegre de Bilbao; aunque sólo sean dos o tres días. Volveré alguna tarde más a Pamplona, pero  ya estoy en Madrid, en mis predios serranos de Colmenar Viejo, cerca de donde pastan las reses de don Victoriano del Rio. Volveré todavía alguna tarde, casi a escondidas; porque el vino que no se pueda mear pacíficamente es mejor no beberlo. Eso siempre, pero en edad de provecta senectud, mucho  más. Liberado ya de los  Encuentros  de Críticos Teatrales de Almagro, Pamplona es un buen descanso.  A Jaime Sanz, comandante del Ejército Taurino, y no sé si todavía republicano,  de Vinaroz, imperturbable e irrevocable sanferminero, lo veré en Valencia en la Fira de Juliol; a él y a todos los Machacos; en materia de juerga los Machacos son tan peligrosos como los mozos pamplonicas. La Universidad Menéndez y Pelayo me ha invitado al Congreso Internacional de Tauromaquia a  una ponencia: toros, cultura e historia y cartel redondo con Wolff,  Andrés Amorós, Luis Alberto de Cuenca y otros padres procesales. Para mí, más que Fallas,  Valencia es Julio  por siempre jamás amén.

Hoy estoy en Madrid, en el Plus. Si lo sé no vengo, pues a mí del Plus lo que más me interesa  es Elena Salamanca y no aparece en efidie.  Bueno, también me interesa David Casas  y Emilio Muñoz, al que sigo prefiriendo como torero grande de la escuela trianera antes que como comentarista; y una realización de arte y ensayo. Pero Elena Salamanca me interesa más desde que, con la gran flamenca María Toledo, la insólita y bella Argentinita, con José Manuel Seda de Federico García Lorca,  hacíamos Los toros a escena por los campos  de Castilla. Si un dia se pusiera en escena profesional -no en lectura como la histórica y reciente sesión del María Guerrero-  este espectacular musical taurino-flamenco-político, el director tiene ahí dos nombres.  

Imponentes los toros de Victoriano del Rio, pavorosos de pitones:  asustantes y terroríficos. La Casa de Misericordia paga bien y los ganaderos llevan a San Fermín la cabeza de camada. El primero se quebró una mano y Padilla lo ejecutó en el ruedo. El segundo le dio tal paliza a Fandiño,  que a punto estuvo de partirle la madre. Sobrevivió el torero vasco a la tempestad de hachazos y cuchilladas, al aparato eléctrico de rayos y truenos del  victoriano. Y se llevó una oreja  de trinchera.

Corrida más espectacular de presencia que de juego. Los banderilleros tomaron precauciones ante aquellas empalizadas de testas temerosas. Y Juan José Padilla no quiso ver al cuarto, al que, en cambio y a favor de merienda,  entendió razonablemente   y toreó muy despacio. Casi tan despacio como una vez lo ví en el Logroño de mis amores. Juan del Álamo prosigue una trayectoria ascendente que irá madurando poco a poco; pero tendrá que afinar la espada. Torero más de fondo que de relumbrón, aunque las vulgarísimas manoletinas postreras puedan inducir a un juicio distinto.

Entre la batalla del segundo, la horripilante y horrísona cogida, la garra acelerada que desplegó en el encastado  quinto  y el  estoconazo letal,   Iván Fandiño abrió la Puerta Grande del Encierro. Y al victoriano le dieron una generosa vuelta al ruedo.

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