sábado, 26 de julio de 2014

VALENCIA (II). VICENT LUNA EL MAESTRO FALLERO.


Hace años en Valencia utilizaba  para mis artículos la referencia de un maestro fallero que me corregía las crónicas y  sólo existía en mi imaginación. Al maestro fallero le atribuía el papel más crítico y yo me reservaba el complaciente y tolerante. Muchos sospecharon el artificio y alguno, un joyero deseoso de la notoriedad que no le daba su pingüe negocio, dió en proclamar que el maestro fallero de mis crónicas era él. Nunca podría imaginar yo que aquel juego  literario se haría realidad un día. El personaje ha venido en busca de su autor y al fin he podido ponerle nombre y cara: el maestro Vicent Luna Cerveró. Hoy es realidad lo que entonces era extraña invención. Era una especie de alter ego  tirando a rojo y a republicano; y, al conocerlo,  me he quedado sin alter y sin ego. Pero convencido de que soy un Pirandello en potencia.

Con esta idea me despedí de congresistas y organizadores en la UIPM, tras la formidable conferencia de Luis Francisco Esplá, gran  Ignacio Sánchez Mejías de La Argentinita de Santiago Sánchez, hace dos meses en el María Guerrero, sobre texto de Diana de Paco y mío. Y digo La Argentinita de Santiago Sánchez, porque el texto en manos del director de Imprebis, fue otra cosa, pura magia de una noche insólita. Esplá, una mente lúcida, aún no sé si ha salido del todo del papel de Sánchez Mejías. En ocasiones esa paradoja del comediante, en la que Diderot sistematizó un código entre la realidad escénica y la realidad real, pienso que impregna la palabra y el gesto del torero alicantino. Esplá ha dominado siempre  la puesta en escena del arte de torear. El toreo no es teatro, al menos en el sentido despectivo  que le da el vulgo: es la máxima expresividad gestual de un sentimiento, de un acto creador que  sí forma parte de la esencia  del teatro. Con una diferencia sustancial: lo que en escena es convención y simulación  en el ruedo es pura realidad; aquí se muere y se sangra de verdad.

Abandoné pues, la razón intelectual del Congreso Taurino y me sumergí en la razón sensorial del taller-estudio de Vicent Luna,  acompañado por Santiago Sánchez, Xus Romero y David de Loaysa. Sensación de encontrarme en un templo accesible a unos pocos, reservado sólo a algunos privilegiados; un desorden barroco de acumulación de maquetas, vaciados, ninots que se salvaron de la quema, bajorrelieves de barro, esculturas que, por encima de todo, son la vida y el alma de la falla calcinada. Toda la historia de la falla, el espíritu creador de vieja artesanía a la manera antigua,  está aquí tanto o más que en el Museo Fallero, al lado,  que trata de organizar y dirige su hija Pilar. Cada cual se sumerge en los laberintos del taller, en estos círculos del arte con su propio Virgilio, cada cual es su propio Dante sin necesidad de guía. Santiago Sánchez ve en todo esto una colosal invención teatral, una puesta en escena un poco caótica pero germinal; en las figuras que nos sonríen y nos hacen muecas,  Xus Romero ve el ensayo general de un drama, una teoría de la interpretación; son gestos vivos por encima de su congelación acartonada; la mueca como traslación de la máscara.

David Loaysa,  no se aparta del maestro como si quisiera absorber todos sus impulsos vitales, ve un inmenso decorado en contínuo conflicto de mágicas  acumulaciones derivadas a espacio escénico. Aunque en realidad,  aquí la única conciencia rectora,  sumergido en los propios círculos y la propia historia,  es Vicent Luna, que a los 90 años todavía modela,  esculpe, dibuja, pinta, idea, sueña fuegos creadores en la contorsión infernal de una cremá.
A estas alturas del año y pese a la sabiduría y los premios, Vicent Luna no tiene  todavía ningún encargo  para las próximas fiestas. Vicent Luna es la figura de más prestigio  de la historia   de este arte satírico, crítico, festivo. El último de una especie. Apartado en una esquina, delante de un torno, el maestro absorto  esculpe la magia de  un busto de mujer. No se percata de que tiene espectadores a su lado. Cuando se da cuenta  sonríe, señala con un leve gesto su obra inacabada, indaga en las razones por las que una gente más que él se interesa por su obra. Y no le importa  que hayamos profanado el santuario. Conoce su historia, sus premios, sus genialidades condenadas a la destrucción por el fuego purificador;  pero no se detiene a pensar en lo que ha hecho. A partir de ahí, todo adquiere otras dimensiones. En una época en que domina la urgencia y las nuevas tecnologías, en detrimento de la calidad y la pureza, el genio artesanal, elevado a categoría suprema, de Vicente Luna, es como una vuelta  al Renacimiento.  El taller de Vicent Luna Cerveró se niega a perder su identidad: orgullo de ser quien es, de haber hecho lo que tenía que hacer y  seguirá haciendo mientras le quede vida. Los políticos pasan, las  modas también.

En el taller de Vicent Luna parece que se hubiera detenido el tiempo. Pero este sigue su rimo inexorable; el tiempo y el arte acaban por cumplir su venganza: la inmortalidad. Cerca,  el Museo Fallero,  asfixiado por la falta de espacio que la dedicación de Pilar Luna va reorganizando poco a poco, quitándole su aire de almacén de despojos.  En cualquier sitio, este Museo sería proclamado un bien de la humanidad. Con que lo declaren bien cultural de Valencia y de España Pilar y María José quedarían contentas. Y con tener un poco más de espacio, un poco más de recursos, un poco más de apoyo. No sería difícil aumentarlo pues lo que tienen es nada. Ahí os quiero ver políticos y políticas. Vicent Luna ya no tiene secretos, se los ha pasado a Pilar y a Maria José. Su colosal e incendiaria pasión creadora tiene ahora, en su quehacer diario, una dimensión más laboral y artesanal. De pasatiempo para no aburrirse. Cada dia va al taller como si fuera la fábrica de sus sueños. Tantos años  pegado a este estudio, como este dia   de la malbaratada Feria de Julio de Simón Casas.

En toda la obra de Vicent Luna hay una intensa presencia taurina lo cual tiene una explicación. En su lejana juventud toreaba en la parte seria del Empastre con buen estilo, más allá del mero aficionado. Por lo que deduzco de recortes y crónicas de periódicos, su mito torero debía de ser Manolete  y después Antonio  Bienvenida. La otra presencia, apenas insinuada, es la republicana. Y  le salta la risa al recordar las magníficas fallas de la Plaza del Caudillo del tardofranquismo con guiños de rojerío. Vicent Luna, que  ha convertido materiales modestos como la madera o el cartón en apariencia de  consistencia fuerte de materiales nobles, explica las burlas a la censura,  una bandera tricolor más o menos camuflada en los restos de las construcciones que le dieron la fama de que hoy goza. Inocentes transgresiones, travesuras iconoclastaas.

 En el transcurso del dia salen a relucir amigos comunes: el poeta Vicente Andrés Estellés,  José María Aragón, médico jefe de la enfermería de Valencia y el juez Mariano Tomás Benítez, con el cual he cenado la noche anterior. Mariano Tomás es uno de los aficionados  más respetados de Valencia y acaba de publicar sus Escritos Taurinos, en edición de Enrique Amat.

El taller de Vicent Luna vive un presente incierto alimentado de recuerdos. O de decoraciones de interiores, encargos teatrales, cinematógraficos o urbanos menos ambiciosos. Cuando ustedes compren un periódico en la Plaza España de Madrid, en la glorieta de Bilbao frente al café comercial o en la Gran Via, piensen que ahí en esas humildes fábricas está la mano y el sello de una escuela y una estirpe: la del mejor maestro fallero de todos los tiempos, Vicent Luna.


 

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