Dignidad
Dignidad es una palabra en desuso,
mejor dicho es una práctica en desuso, pues de palabras vacías está llena la
vida política y la vida en general. Ha tenido que venir una obra de teatro,
siempre el teatro, para remover las conciencias y mostrarnos que vivimos en el
reino de la indignidad: España. El teatro o es agitación o no es nada; o es muy
poco. Dos amigos, uno la estrella rutilante de un partido enfilado al poder; el otro, su sostén
político, su amigo de siempre; uno hace política de despacho y demagogia
inocente, o sea honrada; el otro hace política de cloacas. El líder, abrumado,
abandona la carrera. Mas no llegará a la cita con el periodista caníbal dispuesto
a “publicar todo lo que le echen con tal de vender más ejemplares”. Unos sicarios
se lo quitan de en medio sin contemplaciones. El amigo fontanero, el de las
cloacas, hereda su discurso de regeneración política y su puesto. Y todo
seguirá igual.
Ignasi Vidal ha escrito un texto implacable, con
una tensión dramática irreprochable,
rotundamente interpretado por él mismo y por Daniel Muriel. No sé qué tiempo le queda a Dignidad
en la cartelera de los Teatros del Canal. Pero una obra así debiera ser eterna, al menos mientras dure
esta democracia putrefacta en la que creo mucho menos que Ignasi Vidal. En un
ejercicio de erudición histórica el autor trae a colación lo que entre los
senadores romanos significa la Dignitas y qué ocurría cuando esta se perdía: la
cicuta y abrirse las venas. Había vergüenza. Y dignidad. Pero está visto que en
la actualidad, o acaso siempre, esos son
sentimientos de pobres. ¿Tienen
vergüenza los Ratos, los Bárcenas, los Orioles, los Rajoys, las
Cospedales, Griñanes, Chavez y tantos otros?. Ni lo sospechen.
Mas Aub y El Laberinto Mágico.
Llevar a escena este colosal corpus
narrativo de Max Aub se antoja empresa
poco menos que imposible. Salvo que quede en manos de Ernesto Caballero y José
Ramón Fernández. Caballero, director del Cdn, puso en marcha marcha hace
tiempo el Laboratorio Rivas Cherif, taller de investigación teatral. José Ramón Fernández es el autor
español de más sólida encarnadura maxaubiana. El laberinto mágico es la
epopeya de la incivil guerra del 36; un friso monumental de muertos, de vivos,
de fantasmas muy reales y de realidades inaprensibles al que una veintena de
intérpretes dan cuerpo táctil y comprobable.
Los autores lo consideran aún en proceso de elaboración escénica. En una semana de exhibición en el
Valle Inclán, con un público de carácter
consultivo, Ernesto Caballero y José Ramón Fernández han ido pulsando
opiniones, explorando conjeturas,
descubriendo o restringiendo posibilidades. A mí me parece que El laberinto mágico está ya encauzado, salvo los inevitables y necesarios reajustes
de rodaje y perfeccionamiento; una obra de teatro es siempre territorio
abierto. A este mágico y feroz laberinto le falta nada,
o muy poco, para su definitiva confrontación con el público generalista.
No sólo suscribo todo, sino que, además, me parece magistral... claro, de un maestro. Gracias.
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