Celebración en torno a Ignacio Amestoy
En un Madrid convulso por la fragorosa resaca electoral del dia anterior el teatro resiste. Y se une y manifiesta en torno a Ignacio Amestoy, al margen de banderías. Una verdadera celebración en el auditorio de la Casa del Lector, del Matadero. El pretexto podría ser cualquiera, pero sido la publicación de dos obras en Cátedra: Violetas para un Borbón y Dionisio Ridruejo, una pasión española. Ambas han tenido ya los honores de las tablas, que es el lugar natural del teatro escrito; pero está bien tenerlas a mano, la representación es fugaz y el libro perdura. Y estimula el recuerdo, la imaginación y el conocimiento del autor. Amestoy escribió Una pasión española hace 30 años. En estos tiempos cobra especial fuerza la larga travesía de Dionisio Ridruejo, del fascismo a un democratismo convencido y profético.
En un Madrid convulso por la fragorosa resaca electoral del dia anterior el teatro resiste. Y se une y manifiesta en torno a Ignacio Amestoy, al margen de banderías. Una verdadera celebración en el auditorio de la Casa del Lector, del Matadero. El pretexto podría ser cualquiera, pero sido la publicación de dos obras en Cátedra: Violetas para un Borbón y Dionisio Ridruejo, una pasión española. Ambas han tenido ya los honores de las tablas, que es el lugar natural del teatro escrito; pero está bien tenerlas a mano, la representación es fugaz y el libro perdura. Y estimula el recuerdo, la imaginación y el conocimiento del autor. Amestoy escribió Una pasión española hace 30 años. En estos tiempos cobra especial fuerza la larga travesía de Dionisio Ridruejo, del fascismo a un democratismo convencido y profético.
Cumplido el destino
escénico, y aun sin cumplir, leer teatro es una de las cosas más gratificantes para
un hombre de cultura. Más memoria
quedará de muchos autores, de imposible acceso a las tablas, por el libro que
por la representación.
No es el caso de Amestoy, que estrena y publica. En el
transcurso de la celebración, Francisco
Vidal, que dirigió hace algún tiempo Violetas
para un Borbón, ofreció reponerla. Utilizo el término celebración porque me
gusta más que el de homenaje, que es como estaba anunciado el acto y porque lo
que ocurría en el escenario y en la sala era, precisamente, el júbilo por un
autor imprescindible en la dramaturgia
española.
Los homenajes en este
país llamado España suelen ser insólitos
y académicos o interesados con cierto tufo de posteridad. Amestoy es presente
vivísimo del teatro español, por eso utilizo el término celebración que es más
litúrgico, más ritual y, por lo tanto, más teatral. Y más abierto como
corresponde a la personalidad poliédrica de Ignacio Amestoy; una resultante
dialéctica de elementos en apariencia contrapuestos: creador, gestor, organizador
profesor. Su teatro tiene el elemento
fundacional de la palabra, del don literario con una particularidad que seduce
a directores audaces: la palabra refuerza los caracteres y la acción escénica; o sea una
auténtica poética dramática.
Con frecuencia, tras
una puesta en escena, una entrevista, un artículo o un cambio de impresiones en
un estreno, he reflexionado sobre el alma plural de Amestoy. Ignacio tiene tres
almas y eso le permite transitar varios caminos a la vez sin tener que
desprenderse de ninguna: una rara unión hipostática de varias naturalezas. El
alma periodística, indisoluble de su actividad diaria, le mantiene pegado a la
tierra y a la realidad; el alma de dramaturgo le permite reelaborar esa
realidad y recrear un mundo cuyas razones y sinrazones trata de descubrir
constantemente; el alma de gestor y organizador es la más prosaica, pero viene
impregnada de esa poética dramática aludida; y de esa iluminación del
periodismo, lo cual la convierte en una
manifestación de la amistad.
La amistad en Amestoy no es una virtud abstracta. Me
atrevería a decir que es otra alma; pero cuatro almas son ya demasiadas almas
incluso para Ignacio Amestoy. Ayer, en la celebración de la Casa del Lector se
percibía ese sentimiento de reciprocidad multidireccional: la amistad. En un
Madrid convulso y colérico, pudimos comprobar que el teatro es la verdadera
patria del hombre.
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