martes, 28 de marzo de 2017

MIGUEL HERNANDEZ.IN MEMORIAM


La Alfarera Prodigiosa mi amiga a la que hace  tiempo, le decía  al  oído la Oda a Ramón Sijé, “yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas  y estercolas, compañero del alma tan temprano”, me dice lo que entonces me dijo, tú serás mi Miguel, yo seré tu Ramón. Y hoy añade, ¡!malditos todos!!,  no te calles ni siquiera ocultes  la cólera de Pablo Neruda “vosotros los dámasos, los gerardos, los hijos de perra´”.

 Jamás pude negarle nada a la Alfarera,  un ser herido y doliente con súbitas capacidades de júbilo y resurrección. No creo que Ramón y Miguel llegaran a entenderse como la Alfarera y yo nos hemos entendido  en tiempos. Una simple mirada de complicidad.

Aquí va breve biografia de Miguel. Ella será un poco el reflejo de las mujeres que lo amaron, que no fueron pocas, aunque él no se daba cuenta.

Los poetas del 27, exquisitos burgueses y el que más Rafael Alberti comunista por influencia de María Teresa León, desdeñaban a aquel poeta pastor. Maruja Mallo, devoradora de hombres y tan genial pintora como escultor era Cristino, su hermano, le quitó la virginidad celosamente guardada para Josefina Manresa.

En Madrid José María de Cossio le quitó el hambre metiéndolo de  redactor en la enciclopedia de su  nombre, el Cossio. Luego le salvaría del fusilamiento intercediendo ante Franco, “excelencia, no querrá hacer usted, ante la opinión universal, un nuevo Federico García Lorca”. Asunto cerrado. Miguel quedó en libertad y tras múltiples peripecias, detenido de nuevo. Cárcel y muerte por falta de atención médica. Muerto en los presidios de Franco

Miguel Hernández era miembro del partido comunista, comisario político, poeta de trinchera, “Rosario dinamitera, sobre tu mano bonita celaba la dinamita sus atributos de fiera”. Era, en el fondo, un inocente.

 Por qué mi adorada Alfarera me lo recuerda ahora y pide venganza y recuerdo? No lo sé. Tengo que meditar esto. Desde que se convirtió hace  varios meses en mujer de agua, allá por las malditas islas polinesias, tengo cuentas que ajustar con la Alfarera. Tengo casi la certeza de que esa mujer, junco y agua, no es la alfarera que yo y Miguel Hernández conocimos.

Me ha llamado por teléfono hace unos minutos, ignoro desde dónde.  Solloza. Susurra con su  voz de cristal quebrado de actriz incomprendda: “yo quiero ser llorando el hortelano…..” Cumplo mi promesa; antes de que den las doce mi recuerdo a Miguel Hernandez; esa cabeza  de tierra y mármol que dibujó en la cárcel don Antonio Buero Vallejo.

 

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