Bergman/Gutiérrez Cava.
Después del Ensayo.
Antes de
enredarme en azarosas cuestiones bergmanianas, a lo cual soy bastante propenso,
diré que Emilio Gutiérrez Cava, como
el director de una escuela de interpretación en Después del ensayo, trasunto más que probable de Bergman, da una
lección de tecnica y pasión actoral; que
Chusa Barbero hace una
interpretación caníbal de Raquel, la
amante/amiga, y que Rocío Pelaez, un poco verde todavía, se arriesga en los momentos de seducción, aunque la
carcome el odio a su madre Raquel, que
fue amante de su actual maestro.
Si Raquel,
es el amor maldito y destructor de hace
muchos años, Ana es el amor redentor:
provocadora y vigorosa, inocente y lasciva, que odia el recuerdo de su madre a
la que todos amaban. Aunque fuera imaginario podía haberse producido un
encuentro entre las dos; pero Juan José Alfonso las mantiene separadas en sus
respectivos planos temporales.
Después
del ensayo, revela el amor de Bergman al teatro y sus dolorosas pasiones
por la vida; un texto duro, en carne viva; Bergman desolado y devastador. No puedo evitarlo; Ingmar Bergman me deprime.
Sus eternos problemas de pareja, las catástrofes conyugales, el sentimiento de
culpa, de infidelidad, de tristeza.
En el fondo,
yo creo que Ingmar Bergman es un predicador devorado por las brumas del norte y
por el amor y el sexo no como diálogo purificador, sino como tragedia. O no, no
lo sé. Después del ensayo es el
testamento teatral de Bergman y testimonio
de su atormentada y conmovedora vida.
Creo que así
lo ha entendido Juan José Alfonso y la versión de Joaquín
Hinojosa. Hinojosa es un gran actor, aunque no se
prodigue y ha hecho de Después del ensayo lo que se llama
un instrumento verbal en forma de propuesta escénica. Bergman es en esencia hombre de teatro. Y aquí en Después del ensayo lo demuestra; teatro
sobre teatro, metateatro, vida. Amamos
tanto a Bergman. Aunque me deprima.
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