lunes, 10 de agosto de 2020

José TOMAS, PREPARA EL SANTO ADVENIMIENTO

 

La purificación por el miedo.

José Tomás prepara su santo advenimiento. O eso cuentan. El toreo de José Tomás es, o fue, sufrimiento y catarsis: la purificación por el miedo. No pasa miedo él, lo pasan los espectadores. La cornada, una incógnita a plazo fijo. Si el toro viene toreado, es la emoción suprema. Si el toro no obedece a la muleta, el diestro es incapaz de un gesto defensivo por conciencia ética. Antes la cornada, que un paso atrás. Es un sentido inverso del miedo: el héroe amenazado, imperturbable; el público, horrorizado. Me lo confesó una vez Paco Camino, “viéndole, paso más miedo que cuando toreaba yo”.

Regreso del más allá.

José Tomás estuvo más allá de la muerte el dia 28 de febrero  de 2010 en Aguas Calientes, México.  Los pormenores de ese viaje de ida y vuelta han sido contados. Mas lo que no se ha contado ni acaso nunca  pueda contarse nunca, es la experiencia intransferible de…cómo el regreso de la región de los muertos marca  a una persona. Experiencias hay como la de Ostos en Tarazona o Cesar Rincón en Palmira.

Con José Tomás se produce otra dimensión: la traslación del mito a niveles humanos. La perplejidad cuando se supo de la tragedia fue universal.  Pese a todos los ditirambos  dignos de una divinidad, que en la tragedia de Aguas Calientes se manifestaron, José Tomás es un ser humano.  Ahí termina la metafísica de José Tomás.

La tragedia fue incompleta; resquebrajó los pilares del héroe y mostró su vulnerabilidad.  Y allí fue el llanto y el crujir de dientes. La gente,  en épocas de tribulaciones necesita  alguien en quien poner los ojos. Es quizá el nuevo momento estelar de Tomás. En circunstancias así los toros han tenido  siempre un valor insustituible; en la posguerra miserable y hambrienta fue Manolete; en el franquismo desarrollista y crispado, Manuel Benítez El Cordobés; en la crisis devastadora de hace unos años, la resurrección de José Tomás. Ahora su esperado nuevo santo advenimiento. Ignoro qué harán los  intelectuales, que pierden el culo por un torero que llevarse a la boca, aunque ahora, al parecer, se muestran beligerantes contra la tauromaquia. Y crítica taurina, al parecer, ya no existe, salvo la punta de lanza de Carlos Ilian, en un periódico deportivo, Marca.  En tiempos del Cordobés y Palomo Linares, idolos de las masas, un equipo de reporteros tapaba los jirones que la crítica había hecho en sus trajes de luces.  Pero hoy todo cambia, ya no es solo el lenguaje del papel, sino la era digital.

Cargamento de sueños

Las reapariciones de José Tomas siempre han traido una sorpresa. O varias. La primera, tras un paréntesis meditativo de cinco años fue el signo del heroísmo. O si preferimos la catarsis colectiva, la purificación por la sangre. José Tomás, a cogida por tarde. Se apareció en Barcelona, lo cual dió al gesto un matiz patriótico españolista frente al soberanismo catalán antitaurino. España entera captó el gesto y llenó la Monumental de Marina en un avance que tenía tanto de bélico como de taurino. La Monumental a reventar. Allá fuimos izquierdas, derechas, castellanos, extremeños, vascos y todas las tribus taurinas. La afición  catalana, minoritaria, nos miraba como salvadores, un ejército de liberación. Pero el gesto político de Tomás, que lo fue y así fue entendido por el centralismo madrileño, no tuvo una sola dirección; en una de las corridas José Tomás adornó su salida a hombros enarbolando una senyera. Marin, torero nacido, o criado, en Cataluña,   una vez en Madrid hizo el paseíllo envuelto en la senyera como sígno de concordia y Las Ventas le pitó como signo de contradicción; a la senyera y a él. Los más benévolos dijeron que su obligación era lucir las dos enseñas; la roja y gualda y la cuatribarrada. Lo cierto es que en ese revoltijo de política, toros y nacionalidades, José Tomás mantuvo una neutralidad impecable sin exhibicionismos partidistas, aunque lo hayan tildado de republicano por no brindar al Borbón, hoy errante,  en la barrera de Las Ventas. Brindar o no brindar es lo de menos para definir una ideología. A mí me gustaría que no hubiese reyes. Y sin embargo, le dediqué a don Juan Carlos, buen musolari, al parecer, El libro del Mus (escrito a tres manos con Perellón, dibujante, y Javier Reverte),   con una dedicatoria manuscrita que decía: “por ser de origen divino/ la treinta y una real / cayó de abuso/ en desuso/. Juegue Majestad con tino/ pues sería desatino/ equivocar el camino/ por la treinta y una real”/. No sé qué habrá sido de ese libro.  Pero Juan Carlos, cortésmente, acusó recibo.

Respecto a lo de Cataluña, bastión inexpugnable de Tomás, el pueblo lo interpretó a su manera: mesura de ídolo que no puede permitirse más exhibicionismos que el valor imperturbable ante el toro. Lo demás, cosa de mortales indoctos. Épicas y mesianismos  aparte, los menos apasionados y más circunspectos sabían que los toros en Cataluña estaban sentenciados y que no los salvaba ni Dios, o sea José Tomas. Una lenta erosión, astutamente utilizada por el soberanismo, los tenía postrados y sólo faltaba el descabello. La guerra taurina había empezado a perderse hace años y el gesto de Tomás llegó demasiado tarde. Había empezado a perderse desde que la segunda generación de charnegos, allá por los años setenta y ochenta, se catalanizó como gratitud a la patria de acogida. Cataluña convirtió los toros  en oferta turística para suecas cachondas  y alemanes borrachos. Cataluña  siempre fue taurina, extremadamente taurina con más de 20 plazas y en esta historia brillante se posicionaron, junto a la afición, algunos intelectuales catalanes; unos desde el centralismo madrileño  y otros desde la catalanidad.

En cada reaparición, José Tomás ha traido un nuevo cargamento de sueños. La aportación tras la terrible cornada de Aguas Calientes fue la conciencia casi de su inmortalidad. La otra, ha sido poner boca abajo los cánones  elementales del periodismo normativo.  No eludo responsabilidades,   fui uno de los que  más contribuyó a la construcción del mito: José Tomás, sumo sacerdote del toreo, escribí en Pamplona.

 Tomás ha invertido las leyes del periodismo con la misma fatalidad implacable con que subvirtió las leyes del toreo;  era el torero de otra galaxia, el mesias que venía a redimir la fiesta y se negó a la Televisión, cosa perfectamente comprensibles desde varios puntos de vista. Los dos que más se manejaron fueron, uno de raíz económica (negociar individualmente las condiciones), al cual se negaba el todopoderoso Canal Plus; otro de raíz esencial, el lenguaje televisivo. Siempre he defendido que el lenguaje televisivo, frio descriptivo y cinematógráfico, no se corresponde con el lenguaje emocional del toreo. Y menos con toreros  como José Tomás; son dos naturalezas distintas; la televisión enfría y distancia y él es un torero de proximidades, de conexión inmediata con el público; la televisión rebaja la pasión y las virtudes, a la vez que exagera los defectos; un enganchón de la muleta resalta  más que un natural purísimo.

Un artículo mio  en El Mundo avivó imprudentemente la guerra. El artículo se basaba en  una reflexión sobre la filosofía de las artes. Fue una temporada cruenta en la que salía a cogida por tarde, lo cual planteaba un problema de técnica y un problema de seguridad ante el toro aprovechado por los antitomasistas. Tomás, habitualmente al margen de controversias y enquistado en un mutismo que molesta a todo el mundo, echó leña al fuego desde México al afirmar que a Ponce no le cogían los toros porque nunca pasaba la raya roja del peligro. La discordia estaba encendida, aparecieron las banderías y yo  mismo pedí que la cuestión se solucionara con un mano a mano con cuadris, victorinos, adolfos o similares en las Ventas o La Maestranza. Los ejércitos y sus capitanes depusieron las armas y cada cual siguió por su sitio; Ponce con su poder y su técnica, la de poner la muleta donde debiera ponerse él;  y Tomás eludiendo los compromisos principales del Ruedo Ibérico. Veremos en qué queda esta terrible época de pandemias, Tomás, preparando el Santo Advenimiento y Ponce herido y en éxtasis de amor.

Acracia e insurgencia

Otra de las virtudes de José Tomás, es haber abolido la jerarquización de los trofeos y convocar un sentimiento generalizado de repulsa contra las decisiones presidenciales. En muchas corridas  hubo un compañero de cartel que cortó más orejas que él y salió a hombros. No importaba; los  periódicos  cantaban las excelencias de José Tomás: triunfar sin haber triunfado. Durante un tiempo suscitó un movimiento ácrata de repulsa contra los presidente que no le concedían la segunda oreja,  potestad, como es sabido, de la autoridad, no del público cuyo plebiscito acaba en la primera. Esa revuelta contra el principio de autoridad fue la más sana aportación del tomismo  a la sociología de los toros. Críticos enardecidos y de orden llamaban cabrón al presidente que mantenía su criterio;  y las masas, al borde de la sedición se enfrentaban como energúmenos al palco de autoridades.  Ahí salía lo más genuino del pueblo español: la revuelta de toros y la conjuración de  café. Los magnicidas e incluso deicidas de mesa camilla; a la mierda Mateo Morral. A esto nunca llegará Enrique Ponce, el diestro que ha superado todos los récords históricos. Por motivos distintos, a sus 50 años, Enrique Ponce está en otra galaxia. El amor por una veinteañera, lo tiene transfigurado.

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