La purificación por el
miedo.
José Tomás prepara su santo advenimiento. O eso cuentan. El toreo de
José Tomás es, o fue, sufrimiento y catarsis: la purificación por el miedo. No
pasa miedo él, lo pasan los espectadores. La cornada, una incógnita a plazo fijo.
Si el toro viene toreado, es la emoción suprema. Si el toro no obedece a la
muleta, el diestro es incapaz de un gesto defensivo por conciencia ética. Antes
la cornada, que un paso atrás. Es un sentido inverso del miedo: el héroe
amenazado, imperturbable; el público, horrorizado. Me lo confesó una vez Paco
Camino, “viéndole, paso más miedo que cuando toreaba yo”.
Regreso del más allá.
José Tomás estuvo más allá de la
muerte el dia 28 de febrero de 2010 en
Aguas Calientes, México. Los pormenores
de ese viaje de ida y vuelta han sido contados. Mas lo que no se ha contado ni
acaso nunca pueda contarse nunca, es la
experiencia intransferible de…cómo el regreso de la región de los muertos marca
a una persona. Experiencias hay como la
de Ostos en Tarazona o Cesar Rincón en Palmira.
Con José Tomás se produce otra
dimensión: la traslación del mito a niveles humanos. La perplejidad cuando se
supo de la tragedia fue universal. Pese
a todos los ditirambos dignos de una
divinidad, que en la tragedia de Aguas Calientes se manifestaron, José Tomás es
un ser humano. Ahí termina la metafísica
de José Tomás.
La tragedia fue incompleta;
resquebrajó los pilares del héroe y mostró su vulnerabilidad. Y allí fue el llanto y el crujir de dientes. La
gente, en épocas de tribulaciones
necesita alguien en quien poner los ojos.
Es quizá el nuevo momento estelar de Tomás. En circunstancias así los toros han
tenido siempre un valor insustituible;
en la posguerra miserable y hambrienta fue Manolete; en el franquismo desarrollista
y crispado, Manuel Benítez El Cordobés; en la crisis devastadora de hace unos
años, la resurrección de José Tomás. Ahora su esperado nuevo santo advenimiento.
Ignoro qué harán los intelectuales, que pierden
el culo por un torero que llevarse a la boca, aunque ahora, al parecer, se muestran
beligerantes contra la tauromaquia. Y crítica taurina, al parecer, ya no existe,
salvo la punta de lanza de Carlos Ilian, en un periódico deportivo, Marca. En tiempos del Cordobés y Palomo Linares, idolos
de las masas, un equipo de reporteros tapaba los jirones que la crítica había
hecho en sus trajes de luces. Pero hoy
todo cambia, ya no es solo el lenguaje del papel, sino la era digital.
Cargamento de sueños
Las reapariciones de José Tomas
siempre han traido una sorpresa. O varias. La primera, tras un paréntesis
meditativo de cinco años fue el signo del heroísmo. O si preferimos la catarsis
colectiva, la purificación por la sangre. José Tomás, a cogida por tarde. Se
apareció en Barcelona, lo cual dió al gesto un matiz patriótico españolista
frente al soberanismo catalán antitaurino. España entera captó el gesto y llenó
la Monumental de Marina en un avance que tenía tanto de bélico como de taurino.
La Monumental a reventar. Allá fuimos izquierdas, derechas, castellanos,
extremeños, vascos y todas las tribus taurinas. La afición catalana, minoritaria, nos miraba como
salvadores, un ejército de liberación. Pero el gesto político de Tomás, que lo
fue y así fue entendido por el centralismo madrileño, no tuvo una sola dirección;
en una de las corridas José Tomás adornó su salida a hombros enarbolando una
senyera. Marin, torero nacido, o criado, en Cataluña, una vez
en Madrid hizo el paseíllo envuelto en la senyera como sígno de concordia y Las
Ventas le pitó como signo de contradicción; a la senyera y a él. Los más
benévolos dijeron que su obligación era lucir las dos enseñas; la roja y gualda
y la cuatribarrada. Lo cierto es que en ese revoltijo de política, toros y
nacionalidades, José Tomás mantuvo una neutralidad impecable sin exhibicionismos
partidistas, aunque lo hayan tildado de republicano por no brindar al Borbón,
hoy errante, en la barrera de Las Ventas.
Brindar o no brindar es lo de menos para definir una ideología. A mí me
gustaría que no hubiese reyes. Y sin embargo, le dediqué a don Juan Carlos,
buen musolari, al parecer, El libro del
Mus (escrito a tres manos con
Perellón, dibujante, y Javier Reverte), con
una dedicatoria manuscrita que decía: “por ser de origen divino/ la treinta y una
real / cayó de abuso/ en desuso/. Juegue Majestad con tino/ pues sería desatino/
equivocar el camino/ por la treinta y una real”/. No sé qué habrá sido de ese
libro. Pero Juan Carlos, cortésmente,
acusó recibo.
Respecto a lo de Cataluña, bastión
inexpugnable de Tomás, el pueblo lo interpretó a su manera: mesura de ídolo que
no puede permitirse más exhibicionismos que el valor imperturbable ante el
toro. Lo demás, cosa de mortales indoctos. Épicas y mesianismos aparte, los menos apasionados y más circunspectos
sabían que los toros en Cataluña estaban sentenciados y que no los salvaba ni
Dios, o sea José Tomas. Una lenta erosión, astutamente utilizada por el soberanismo,
los tenía postrados y sólo faltaba el descabello. La guerra taurina había
empezado a perderse hace años y el gesto de Tomás llegó demasiado tarde. Había
empezado a perderse desde que la segunda generación de charnegos, allá por los
años setenta y ochenta, se catalanizó como gratitud a la patria de acogida.
Cataluña convirtió los toros en oferta
turística para suecas cachondas y
alemanes borrachos. Cataluña siempre fue
taurina, extremadamente taurina con más de 20 plazas y en esta historia brillante
se posicionaron, junto a la afición, algunos intelectuales catalanes; unos
desde el centralismo madrileño y otros
desde la catalanidad.
En cada reaparición, José Tomás ha
traido un nuevo cargamento de sueños. La aportación tras la terrible cornada de
Aguas Calientes fue la conciencia casi de su inmortalidad. La otra, ha sido
poner boca abajo los cánones elementales
del periodismo normativo. No eludo responsabilidades, fui uno
de los que más contribuyó a la
construcción del mito: José Tomás, sumo
sacerdote del toreo, escribí en
Pamplona.
Tomás ha invertido las leyes del periodismo
con la misma fatalidad implacable con que subvirtió las leyes del toreo; era el torero de otra galaxia, el mesias que
venía a redimir la fiesta y se negó a la Televisión, cosa perfectamente
comprensibles desde varios puntos de vista. Los dos que más se manejaron fueron,
uno de raíz económica (negociar individualmente las condiciones), al cual se
negaba el todopoderoso Canal Plus; otro de raíz esencial, el lenguaje
televisivo. Siempre he defendido que el lenguaje televisivo, frio descriptivo y
cinematógráfico, no se corresponde con el lenguaje emocional del toreo. Y menos
con toreros como José Tomás; son dos
naturalezas distintas; la televisión enfría y distancia y él es un torero de
proximidades, de conexión inmediata con el público; la televisión rebaja la pasión
y las virtudes, a la vez que exagera los defectos; un enganchón de la muleta
resalta más que un natural purísimo.
Un artículo mio en El Mundo avivó imprudentemente la guerra.
El artículo se basaba en una reflexión sobre
la filosofía de las artes. Fue una temporada cruenta en la que salía a cogida
por tarde, lo cual planteaba un problema de técnica y un problema de seguridad
ante el toro aprovechado por los antitomasistas. Tomás, habitualmente al margen
de controversias y enquistado en un mutismo que molesta a todo el mundo, echó
leña al fuego desde México al afirmar que a Ponce no le cogían los toros porque
nunca pasaba la raya roja del peligro. La discordia estaba encendida,
aparecieron las banderías y yo mismo pedí
que la cuestión se solucionara con un mano a mano con cuadris, victorinos,
adolfos o similares en las Ventas o La Maestranza. Los ejércitos y sus capitanes
depusieron las armas y cada cual siguió por su sitio; Ponce con su poder y su
técnica, la de poner la muleta donde debiera ponerse él; y Tomás eludiendo los compromisos principales
del Ruedo Ibérico. Veremos en qué queda esta terrible época de pandemias, Tomás,
preparando el Santo Advenimiento y Ponce herido y en éxtasis de amor.
Acracia e insurgencia
Otra de las virtudes de José Tomás,
es haber abolido la jerarquización de los trofeos y convocar un sentimiento
generalizado de repulsa contra las decisiones presidenciales. En muchas
corridas hubo un compañero de cartel que
cortó más orejas que él y salió a hombros. No importaba; los periódicos cantaban las excelencias de José Tomás:
triunfar sin haber triunfado. Durante un tiempo suscitó un movimiento ácrata de
repulsa contra los presidente que no le concedían la segunda oreja, potestad, como es sabido, de la autoridad, no
del público cuyo plebiscito acaba en la primera. Esa revuelta contra el
principio de autoridad fue la más sana aportación del tomismo a la sociología de los toros. Críticos
enardecidos y de orden llamaban cabrón al presidente que mantenía su criterio; y las masas, al borde de la sedición se
enfrentaban como energúmenos al palco de autoridades. Ahí salía lo más genuino del pueblo español:
la revuelta de toros y la conjuración de
café. Los magnicidas e incluso deicidas de mesa camilla; a la mierda
Mateo Morral. A esto nunca llegará Enrique Ponce, el diestro que ha superado todos
los récords históricos. Por motivos distintos, a sus 50 años, Enrique Ponce está
en otra galaxia. El amor por una veinteañera, lo tiene transfigurado.
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