Macintos, una corte ilustrada
Mis recuerdos de Macintos nada
tienen que ver con las Navidades. Macintos era el verano, luego prácticamente
desaparecía de mi existencia. Macintos era la finca, el caserío a medio camino
entre Torre de los Molinos y Villoldo. Propiedad, a partes iguales, de los
Arroyos de Palencia, familia ilustre e ilustrada y de los Gete que no recuerdo
qué títulos tenían, Eugenio y Fernando Gete me parece recordar. En verano, los
Gete y los Arroyos vivían en la gran casa donde pasaba algunas semanas
Francisco Vighi, el noveno poeta español según Valle Inclán, y eventualmente
algunos escritores de vanguardia, amigos de Vighi, de los que aparecen en el
cuadro de Solana, la Tertulia del POMBO, la sagrada cripta de la calle Carretas
de Madrid. Valle quería mucho a Vighi y lo llamaba sobrino. Nunca se preocupó
de sistematizar sus versos y era ingeniero, “los poetas me llaman ingeniero y
los ingenieros poeta”. Poeta humorístico e irónico. Que apareciera un volumen
titulado Versos Viejos, fue más bien cosa de su mujer, Julia Arroyo, la
gran matriarca de Macintos que el dia de la Virgen del Carmen, 16 de julio,
patrona de la finca, daba una gran fiesta y una comida para quien quisiera
apuntarse. Llegaban, a este reclamo, muchos pobres de la comarca. La gente de
Torre llevábamos nuestra propia merienda y la comíamos, intercambiando
viandas, en una gran pradera. En Macintos
veraneaba también una escritora, Ana María Calera, que recopilaba como
después supe, recetas, de cocina. Ana María Calera, para mis ojos pecadores de
niño fantasioso, era unos piernas larguísimas, desnudas y morenas en pantalón
muy corto. Soñaba con ellas y luego iba a confesarme de malos pensamientos con
el cura. Este me preguntaba si esos malos pensamientos eran consentidos, o sea
con voluntariedad de persistencia, o no. Y me imponía una penitencia terrible:
no leer durante un mes periódicos o revistas que publicasen fotografías de
mujer. También confesaba Vighi, en un breve poemilla, haber metido un limón en
una jaula y esperar a que cantase como un canario.
Mi padre, además de herrero, maestro de la
fragua, era tabernero y peatón cartero. A Macintos llegaban El diario
Palentino el Dia de Palencia, Abc y Diario de Barcelona. Yo me los
leía todos a la sombra de un árbol, antes de entregarlos a aquella corte
fascinante de escritores ociosos y jaraneros. Ser escritor empezó a parecerme
lo más importante del mundo. Francisco Vighi ha pasado a la historia de la
literatura como poeta festivo. Pero tiene
unos sonetos formidables de corte existencialista. Amigo de la gente
sencilla, Vighi dedicó un poemilla al
Chato de la Estación, un personaje de las madrugadas ferroviarias y frías de
Palencia. En Macintos había
cuatro colonos que vivían de las tierras pagando, supongo, un canon
arrendatario mínimo en especie. Me acuerdo, sobre todo, del señor Enrique y el
señor Francisco y sus respectivas familias, de cuyos hijos de mi edad llegué a
ser buen amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario