lunes, 10 de enero de 2022

 

Responso por Jaime Ostos.

Ha muerto un torero, Jaime Ostos.  Ha muerto un seductor, un don Juan, al que algunas de las mujeres seducidas calificaron de maltratador y machista. Sorprende que las redes y el feminismo rampante, lo ataquen como ¨´torturador de toros¨´ y no como ¨´maltratador¨, violencia de genero si fue así. Ha muerto a  los noventa años de edad, en Colombia  y de un infarto. Fue un torero poderoso que les podía a todos los toros cualquiera que fuese su condición mansa,   brava o mediopensionista. Pese a ese poder, estuvo clínicamente muerto, por cornada, en dos o tres ocasiones. Nada nuevo, todo torero sabe que la posibilidad de la cornada e incluso la muerte en la plaza, va incluida en el contrato. Nada heroico ni irracional.  Un torero tiene los suficientes recursos técnicos y profesionales para esquivar la muerte, aunque no siempre lo consiga. Como un corredor de coches para conducir a trescientos kilómetros por hora en Fórmula Uno. O un alpinista para escalar el Everest o el Curavacas, la más peligrosa montaña palentina de Los Picos de Europa.

En Tarazona, una plaza de pueblo, de segunda o de tercera sin la imponente escenografía de La Maestranza  o  Las Ventas, el médico llegó a firmar el parte de defunción y el cura le administró los santos óleos, salvoconducto para la eternidad. Una característica de los toreros grandes, entregarse igual en las plazas monumentales que en las pequeñas. La muerte de Jaime Ostos, al menos en las redes, ha llenado de júbilo a los piadosos antitaurinos. ¡Júbilo por la muerte de un ser humano!. Vaya por delante mi respeto por los antitaurinos, su empatía con el toro e incluso su miedo por la suerte del torero en la plaza. Pero no mi respeto por el ser humano que se alegra de la muerte de otro ser humano. Con la indiferencia, debiera bastar.

Una tarde en el hotel Wellington del ganadero  Baltasar Ibán,  el hotel de los toreros, yo que por entonces no distinguía una banderilla de un estoque, ni el capote de la muleta, cosa que no sé si he llegado a conseguir, recibí mi primera lección de toreo y vocabulario taurino por parte de Ostos. Luego, me invitó a los toros. Tenía dos barreras y Lita Trujillo, su compañera por entonces, ex exposa del hijo del dictador Leónidas Trujillo, me parece recordar, no iba a acompañarle. Nos conocíamos ya de alguna noche en casa de Paco Umbral y María España, pero por respeto a Umbral que detestaba la tauromaquia, nunca hablábamos de toros.

Ostos me contó que venía de no sé dónde de matar una tia, con unas perchas que daban miedo una auténtica tia a la que había cortado las orejas. Me quedé perplejo hasta que me explicó y comprendí que una tia era una corrida muy seria, de cinco años, gran trapío y una cornamenta, las perchas, pavorosa por lo grande y afilada. ¨´El toro me cazó al entrar a matar, no recuerdo cómo fue ni el error que cometí. Sólo sé que tenía las orejas en la mano y un torero no puede renunciar a ellas. Entré a morir. Pero tuve suerte y no me pasó nada visible a primera vista, una cornada envainada¨. Me explicó que una cornada envainada es muy peligrosa, que no produce sangre y tarda en manifestarse.  ¨´Es como cuando un amigo te pone los cuernos con tu mujer y eres el último en enterarte¨¨ No creo que a Ostos le pusieran cuernos las mujeres que lo amaban y a las que dicen maltrataba; en cualquier caso en su derecho estaban. El amado Jaime era un machista arrogante  por naturaleza y esencia.  Con la doctora Ángeles Grajal, neumóloga, se casó en 1987 cumpliendo todas las formalidades. Ella lo acompañó en los momentos difíciles y cuentan que fue siempre el gran amor de su vida. Ha muerto un torero, un don Juan, un depredador. No digo descanse en paz porque creo que a ciertas personas, en la vida y en la muerte, el descanso les está vedado. Les gusta estar siempre en el ojo del huracán

 

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