lunes, 1 de diciembre de 2014

RUEDO IBERICO. FUTBOL Y BARBARIE. DEFENSA AFICIONADO TAURINO,


El lado oscuro del Fútbol

Ayer murió, cerca del Calderón, un ultra del Depor. Hace unos años murió un seguidor de la Real Sociedad acuchillados ambos por ultras rivales. Los de Frente Atlético son una cloaca de delincuentes. Como lo eran los Ultra Sur del Madrid, apoyados siempre por unos presidentes cazurros y unas estrellas endiosadas y mercenarias. Esto es parte del fútbol, el lado oscuro del fútbol, dejando aparte otras oscuridades. Hace un montón de años, en un partido Bayern-Real Madrid, Javier Reverte y yo pretendíamos sacar entradas de la zona selvática del Bernabeu.  Estais  locos”, nos dijo el taquillero. Y se negó a vendernos, a las claras,  unos restos  de entradas que le quedaban. No estábamos locos: sólo un poco calamocanos, después de una tarde entera de mus y órdagos.

Esto no ocurre en los toros; es proverbia, y caliente, la pasión  por un torero o por otro: Franscuelo-Lagartijo, Joselito-Belmonte, Ordóñez-Dominguín, Ponce-José Tomás; pero entre aficionados taurinos, salvo increpar a un presidente de corrida o abroncar a un diestro desde los tendidos, todo se resuelve ante unas cañas de cerveza o una botella de vino. Los aficionados no llevan palos, pistolas o navajas a una corrida. A los aficionados no les pagan  gastos presidentes irresponsables, para que alardeen de patriotismo imbécil y futbolero. Los aficionados a los toros solo tienen un arma: el pañuelo blanco, los olés  o “música de viento”, que decían los viejos revisteros: los silbidos. Y los cuchillos de los pitones del toro; pero esos no los gobierna el aficionado taurino. En una corrida no es la barbarie humana la que mata a un semejante: es el toro en legítima defensa quien puede matar al torero. No hay peleas de bandas salvajes. Sólo hay un toro y un torero.

El toreo y las Bellas Artes. Brindis por Rincón y la Santa María.

A César Rincón le han dado la Medalla de Bellas Artes de Cultura de  la Cam y también algo parecido en el Ministerio de Cultura. O acaso sea la misma, no lo sé. Ha  coincidido con su  defensa denodada de los toros en la Santamaría, la plaza de Bogotá, donde un dia César brindó un toro a Gabriel García Márquez, cerca del cual yo estaba. Cesar Rincón, de Madrid al cielo; del cielo de Madrid al cielo de Colombia y del cielo de Colombia al Olimpo de las Bellas Artes. Ayer hablábamos de Cesar  Rincó en la comida anual de la Peña El rescoldo, de Colmenar Viejo, Carlos Abella, el alcalde Miguel Ángel Santamaría, Maximino Pérez, Javier de la Serna, médico de la Corredera la infausta tarde en que el toro mató a Yiyo. Javier de la Serna  sobrevive al recuerdo de la trágica muerte de Victoriano de la Serna, la mejor verónica de todos los tiempos. O por lo menos la más singular. Nos pasamos la comida hablando del dolor de los toreros, auspiciados por gente del toro, los periodistas  Noelia Jiménez, Javier Arroyo; el escenógrafo, David Loaysa, que sin ser aficionado, ha bebido en las Ventas parte de su estética para Los toros a escena, Instituto Castellano y Leonés de la lengua, y La Argentinita. A nuestro lado, la viuda del ganadero mítico de cuando Colmenar Viejo era, en verdad, tierra de toros, el hierro de Aleas: los de Aleas ni los veas, decían los toreros temerosos.

 Con Agapito García Serranito tuve este verano una experiencia absolutamente irrepetible en todos los aspectos: escribimos juntos, en collera, un librito de poemas que titulamos El fulgor del miedo.

 Javier de la Serna; recuerdo de una tragedia.

La muerte siempre es trágica, pero en el caso de Victoriano de la Serna, más trágica todavía. Un dia Javier acabará escribiendo estas sensaciones. En lo del Yiyo no tuvo la menor culpa. El Yiyo salió muerto de la arena. Yo estaba allí, a pocos metros en tendido bajo en los límites del 6. El navajazo de un toro moribundo fue fulminante. Recuerdo el llanto de Chenel descargando  su dolor contra la barrera; a golpes. El Rescoldo,  el año pasado me nombró socio de honor y como tal lo recibí.  En el Asador de Colmenar prolongan aquellos honores  los días del verano y de Navidades en que paso a tomarme un vino.

Muchos dudan de que los toros sean un arte, el arte de morir jugándose la vida por gloria o por necesidad. Pudiera ser, pero yo carezco de autoridad para enmendar a García Márquez, Vargas Llosa, Pere Gimferrer, Boadella y otras luminarias. Y mucho menos para corregir los “dislates” de la generación del 14 que, reunida en torno a Juan Belmonte, proclamó la corrida como una de las Bellas Artes.

El torero y el dolor.

La raza de torero de Cesar Rincón no admite discusiones ni  controversia. Cambiaría mis versos por una majestuosa tanda de naturales de César y el pase de pecho.  La personalidad torera y humana de Cesar está hecha de sufrimiento, desgracias, hambre y sacrificio. Y cornadas. Es un resucitado tras una tremebunda cornada que le dejó en los boxes de la muerte clínica. Lo demás, tiquismiquis de eruditos a la violeta. O de voraces carnívoros ecologistas que se hartan de comer rabo de toro Si por algo lamentaría la desaparición de la Fiesta, es porque nos privaría de hombres como Cesar Rincón. Hoy por hoy, Rincón está por encima del señor Petro, alcalde de Bogotá que se niega, contra cualquier razón y discernimiento, a reabrir la Santa María. ¡Va por usted, maestro!. Maestro Rincón, no maestro Petro.

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