domingo, 12 de julio de 2015

FESTIVAL DE ALMADA; VANGUARDIA Y ORTODOXIA.

 Julio teatral y viajero; Almagro, Mérida,  Almada a la orillas del Tajo cerca de Lisboa. Ritmo de Festival, dos o tres funciones diarias; y  debates. Y mesas redondas. El joven teatro portugués y O novíssimo teatro español, que explica  las razones de la presencia de autores españoles en el Festival, moderada y analizada con sagacidad por José Gabriel López Antuñano. Un recorrido por las distintas generaciones desde la posguerra y la autarquía, hasta los días actuales de vertiginosa e incierta fiebre creadora; una lección de historia frente a  incoherencias de propuestas de ruptura y vanguardia. En la mesa también estaba, quizá como puente intergeneracional, José Ramón Fernández, ya un clásico como Juan Mayorga, por ejemplo.
 Lisboa es una ciudad literaria;  más literaria y menos herida que Viena, mi ciudad preferida, por la que siempre flotan los fantasmas de una historia convulsa y  bella como este desconcertante espectáculo de Maxime Franzeti, llamado Dévoration: iconografía, movimiento, heterodoxia, pensamiento. En una línea parecida, aunque en  formato pequeño y menos espectacular, Los nadadores nocturnos, de José Manuel Mora; y según explicó el propio Mora, también de la directora, Carlota Ferrer, cosa que negó la propia Carlota con humor e ironía.
 Antes de   congelarme  de frío en Palco Grande por la traidora noche de Almada, me encontré en el Teatro Municipal, con el regalo  de Iluminación, de Joanna Murray-Smith. Un drama con toques de terror, atravesado  de un  misticismo agresivo; y dirigido con audacia y firmeza por Aurora Cano. Una obra  de ideas con el peligro de decantarse hacia un realismo constrictor y asfixiante. Seis personajes en busca de  “su verdad”. Dogmatismo excluyente. Factor  importante, una interpretación notable: Claudia Ríos, Daniel Martínez, Juan Carlos Vives, Lumi Cavazos, Pedro Mira y Sophie Gómez
 Algo tienen en común Dévoration e Iluminación: teatro de ideas aunque en ocasiones en Dévoration la imagen acabe distrayendo de la palabra. Dévoration es algo más que una iconografía  y un desfile de imágenes a veces deslumbrantes, es la irreverencia y la difícil libertad de conciencia, herida por una moral inducida y castradora. Teatro del dolor y del miedo. Conciencia culpable. Hay un fondo moral  que remite a Dostoiewski sobre la dignidad del dolor como  motor de la existencia.  Dostoiewsky tenía miedo de no ser digno de su dolor, de no hallarle sentido.
Hay un cruel contraste entre la belleza de los cuerpos, la coreografía de los cuerpos, perfectos incluso en la crispación. En los silencios puramente gestuales y los largos parlamentos, inacabables como el que enumera todas la guerras y todas las víctimas del mundo; una historia de infamias y atrocidades. Fuerza plástica fragmentada y rota; mujeres devoradas, canibalismo urgente y  lascivo, actores y actrices contorsionistas. Se mezcla el frenesí con la ceremonia y un drama clásico de reina agraviada, con la recreación de maternidades de  Rubens, Caravaggio, con la matriz  de  Miguel Ángel que es el canon de  todas las maternidades. Y el horror de la guerra, la máscara de la  guerra como un alarido. Acción corporal, ritmo frenético de caídas como si un rayo invisible fulminara a los intérpretes. Sorprendente espectáculo; incómodo, transgresor más por la moralidad a la contra que por la belleza; la belleza nunca transgrede. Contrasta lo procaz de algunas situaciones con el perfeccionismo manierista de otras. Una delicia, el “polvo” virtual, vía internet, de una bella y estupenda actriz y un estupendo actor.


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