martes, 8 de agosto de 2017

AMBIGÚ TEATRO KAMIKAZE


Qué es verdaderamente  un ambigú.
Vuelvo al teatro en el punto y hora  en que hace  dos meses, más o menos,   lo dejé; el Pavónkamikaze. Julio ha sido un mes horribilis. Vuelvo con toda la parafernalia  de que me gusta adornarme en estas procesiones; la silla de ruedas (transitoria) para mis putas piernas. Vuelvo  por Antigona,  parafraseando a Picasso cuando dijo, “vuelvo a los toros, por ti Luis Miguel”. 

Un ambigú es un mostrador donde se exponen y se venden vinos, licores, verduras, bocadillos de queso o de jamón o mortadela y otros productos  alimenticios. Lo sé porque en mi casa  teníamos una taberna con un salón de baile donde mozos y mozas bailaban el pasadoble y, tan pronto veían la ocasión, el agarrao más íntimo y sudoroso.  Y teníamos un ambigú, claro. De vez en cuando los mozos, por no perder de vista ni de mano la cintura y el culo de la moza, me decían vete al ambigú y me traes una cerveza. Las chicas bebían solo fanta. Así que este del Pavón no es mi ambigú, aunque lo tenga por  lugar sagrado del teatro de Madrid, el santa santorum.

 El ambigú es para mi, el lugar legendario de mi infancia cerca del cual mi madre, una campesina que apenas  sabia escribir,  pero sabía leer, ensayaba comedias y siempre me daba un papelilo.  Los decorados eran colchas estampadas y sábanas inmaculadamente blancas. Una vez hice de San Tarsicio y mi papal empezaba así: “el edicto infame de persecución contra los cristianos….”

El Ambigú del Kamikaze lo recordaré siempre por Ana Wagener y Cocteau; por Clara Sánchiz y Virginia Woolf, por Fernanda Orazi, por las crónicas de José Padilla, supongo, que veré cuando las repongan. Pero el Ambigú será siempre, por los siglos de los siglos, Ifhigenia en Vallecas, de Maria Hervás que también está en lo de Padilla; Desafiando al público, “vosotros ahí,  mirándome el culo,  yo aquí”.  Y luego, “follar y tirar, follar y tirar”, la más brutal   denuncia que una vestal sacrificada ha hecho en un escenario  sobre la cosificación sexual de la mujer.

Amo el Ambgú y solo volveré a sentirme  pleno cuando pueda volver a él,  a hombros de Ana, Yolanda, Elejalde, Pablo Giraldo, Miguel del Arco y alguna actriz  que se conmueva con el  puto sacro de mis desventuras. De momento, mañana  me sentaré en el Pavon para ver Antígona y a Manuela Paso  y a Carmen Machi, la Jefa que yo la llamo porque ella siempre me llama el Jefe. Y a Raúl Prieto, al que ya le hemos perdonado su  Calixto porque la culpa no era de él.

 Y a quienes me reprochan frialdad o despego sobre el último  Miguel del Arco, les recuerdo que ha sido el único español al que le puse dos veces la máxima calificación de cinco estrellas, obra maestra.  Y  además, que coño; “nadie es sublime sin interrupción”

 

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