Cuatro corazones con freno y marcha atrás.
Como un tinto de verano, la
refrescante bebida del estío. Típico espectáculo de las noches de Madrid, esta
maravillosa ciudad del ferragosto de la que
en verano solo y como decía el humorista Tono es Badem Badem a condición de estar solo y con dinero. Ignoro la circunstancia
vital o social de quienes estos días van a ver Cuatro corazones con freno y marcha atrás, pero lo pasan en grande.
Un Jardiel ligero y una dirección
a tono con el Gabriel Olivares apuntala en su profesionalidad su hiperactividad un poco restringida últimamente.
Nada tengo en contra de esa hiperactividad, salvo que en ocasiones le falta el
acabado, el remate. Pero todo lo suple con profesionalidad y oficio, que es lo
que exige este Jardiel que tampoco se esmera demasiado. Dice un personaje “me va a
dar algo, denme algo o me va a dar algo”. Es la amenaza de un soponcio inmediato No es una muestra de humor refinado, pero la
gente se parte de risa. Gabriel Olivares se mueve en un terreno
propicio, con terreno escénico y extra escénico a su disposición. Cuenta con un amplio elenco
experimentado y también eficaz que ha asumido el espíritu de Jardiel Poncela y
la técnica del director.
Por culpa de ese objetivo de
divertimento exclusivo, quizá se pierda la capacidad subversiva, la rebeldía
consustancial a Jardiel Poncela y cierto espíritu corrosivo de Cuatro corazones con freno y marcha atrás; el
cual no es excesivo, pero sí superior al que demuestra Olivares.
La disposición de un escenario a cuatro bandas
facilita la conexión con el público que entra en la funcióncomo si formara
parte de la misma. En resumen, un espectáculo de verano que va a animar las noches de Madrid.
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