jueves, 29 de mayo de 2014

SAN ISIDRO. LA NOCHE GRANDE DE PONCE Y LA TARDE DE TALAVANTE



Han sido unos  días triunfales de  Enrique Ponce, una vez recompuesto de los  desperfectos del terrible cornadón de Fallas; “creí que me moría, esperaba el derrote de la muerte”, dijo ayer en un memorable discurso al recibir el premio Paquiro, de Jaume Giró, director General Adjunto de la Caixa. Creyó que se moría y mi recuerdo de aquella tarde es un Ponce, por su pie a la enfermería, tranquilizando a la gente y, sobre todo a la familia, por si lo estaba viendo en el Plus: “estoy bien no pasa nada”. Y acababa de ver la muerte cara a cara que aun estaba agazapada entre los desgarros de su carne, antes de llegar a  manos de los médicos. Esa sensación de equilibrio, esa poética del arte y el dolor es la que transmitió ayer en una pieza oratoria magistral que, como Bergamín en célebre libro,  podría haber titulado La claridad del toreo. Fue el discurso de un filósofo y de un tratadista del arte: equilibrio, luminosidad del estoico.  Angel de luz bergaminiano, del clasicismo apuntando a lo románico.

La otra noche de gloria de un Ponce insólito había tenido lugar dos días antes, en el  María Guerrero, que viene a ser como la Maestranza o las Ventas del teatro, donde  había desempeñado el papel de Joselito el Gallo, con Luis Francisco Esplá en el rol de Ignacio Sánchez Mejías. Y el doctor Villamor, su médico, de Jorge Guillén. Y José Manuel Seda, como Federico. Y María Távora, María Toledo, Antorrín….Noche grande con el teatro en pie…Pero de eso ya han hablado los periódicos, las radios y las televisiones.

Hoy lo que importa es el Paquiro,  en su octava edición, cuya ceremonia ofició  Vicente Zabala de la Serna; con eficacia de buen capotero le puso el toro en suerte a la diplomática y sagaz prosa de Fernando Almansa, de Telefónica y presidente del jurado, y a la más sentimental y romántica de Javier Aresti, el otro premiado. En los duros  debates del jurado hubo dos candidaturas y con ello no descubro ningún misteri, aunque  las deliberaciones han de ser secretas como las de los Consejos de Ministros: ya ha sido publicado. Una que, en minoría apoyamos    algunos, defendía  un premio único e indivisible, para Enrique Ponce. Otra, la ganadora, se inclinaba por un premio compartido con la Junta Administrativa de la plaza de toros de Bilbao. Los argumentos llegaron a ser casi bizantinos; pero ganó la candidatura dúplice  y no hay más que hablar.

Del premio a la Junta se beneficia Bilbao como gran baluarte de la Fiesta en el País Vasco.  Javier Aresti que en la comida estaba a mi lado, al finalizar, contento naturalmente por un respaldo muy mayoritario, me ofreció presentar el apartado de una corrida en las próximas Generales, cosa  que ya hice años atrás con Luis Lezana. Naturalmente acepté con tal de que me permita, si llego a tiempo, elegir ganadería.

Ponce no es un apéndice de Bilbao, es Bilbao. Y ya que canta tan bien, ayer podía haber finalizado su modélico discurso entonando  la pieza de Weil  y Bertold Brecht,  Bilbao, Bilbao de la Opera de tres peniques. Y la capital vizcaína es el espíritu, la emanación y la unión hipostática de dos naturalezas entre lo humano y lo divino. Creo  que fue Fernando Almansa el que, sutil y filosóficamente, planteó ayer la cuestión Ponce-Bilbao: “una unicidad dúplice o una duplicidad única e indivisible”. Brillante dialéctica  que acaba con cualquier duda sobre la significación del doble  galardón.

El Paquiro, en memoria del gran torero y gran legislador de la tauromaquia,  nació hace ocho años por iniciativa de Luis María Anson y Luis Abril, segundo  jefe entonces de Telefónica de España. En el primero, otorgado a Sebastián Castella, se me ocurrió recitar un fragmento de Oda a Francisco Montes, Paquiro; In memoriam, de Reiner María Rilke y desde ese preciso instante, el Premio quedó bajo la advocación del gran poeta. Mas estas cosas necesitan otras advocaciones; por ejemplo, las pecuniarias y eso Luis María Anson lo ha manejado con soltura. La primera “advocación” y todas las siguientes fue la de Telefónica. La de estos días la comparten telefónica y Caixa Bank. La protección de Rilke nunca nos va faltar. Y la de Telefónica y Caixa, al menos de momento, tampoco.  A su "advocación" encomendamos nuestro espíritu. !Va por ustedes!  
San Isidro. (XVII). PESTE  DE TOROS.  Y TALAVANTE FUERA DE BILBAO

Peste de toros del Pilar. Pura ruina, bueyes; y ya se sabe que si en los páramos de España, como decía Miguel Hernández, nunca medraron los bueyes, menos aún medrarán en las plazas de toros. Y menos todavía    en las Ventas del Espíritu Santo. Los adefesios de Moises Fraile, carne de matadero y eso con condiciones y rigurosa inspección. Y mientras, Núñez del Cuvillo, el preferido de José Tomás en tiempos, de sobrero, de puto sobrero en la primera plaza del mundo. !Guárdete Dios de que un torero mítico o menos mítico te ponga bola negra. En Sevilla, no hace mucho, Manzanares indultó un Cuvillo y ayer a los del Pilar no pudo darles ni un pase. Manzanares ha heredado de su padre la estética, algunas virtudes como el temple y bastantes vicios que la plaza de Madrid no le perdona. La peor herencia manzanarista es esa: la hostilidad genética. Y eso no es justo.

 Decía el otro dia el ex alcalde sevillano de Madrid que los críticos somos volubles y caprichosos; y yo creo que José Maria Alvarez del Manzano, se guardaba palabras menos complacientes. Pudiera tener razón, pero yo creo que quienes cambian son los toreros; por ejemplo el Sebastián  Castella de ayer no es el mismo que aquel que premiamos con el Paquiro hace ocho años. Ni de lejos, aunque valor y casta siga teniéndolos  en grandes cantidades. Los cambios solo son explicables por la evolución de los toreros. Otra cosa es el cambio vertiginoso de criterio sin que el lector le encuentre fundamentos explicables. Eso es lo grave: las sospechas que el juicio aleatorio y veleta suscita en el personal. Un suponer; lo grave es hacerse tomista de religión y secta con el peor José Tomás, cuando este ha cambiado, de conciencia ética a conciencia financiera que hace el Agosto con una o dos corridas. Y luego pegar el pase cambiado sin que tampoco se vea claro el cambio. 

El último toro salmantino y la firmeza e inspiración de Alejandro Talavante estuvieron a punto de remediar la tarde en sus postrimerías. Enrazado, pero inválido de toda invalidez el animal: luminoso y creativo Talavante con la capa, intermitente con la muleta y espeso y pinchauvas con el estoque. Triunfo relativo, pues la oreja se esfumó  por la punta de la espada. Me alegro de ese triunfo relativo por Talavante; y por su apoderado Curro Vázquez.  A mí Curro, como torero,   me parece superior a todos sus poderdantes y eso es una manía, lo reconozco.  A Curro, como apoderado, algunos lo han culpado en exceso de lo que todos los apoderados hacen: facilitar la vida a sus toreros. De Curro  escribí el, posiblemente, mi mejor libro taurino: Curro Vázquez, sombra iluminada. No es propaganda, pues el libro está agotado desde hace años. Y como estrambote una pregunta a Javier Aresti, premiado ayer con la segunda parte del Paquiro: ¿Por qué no está Talavante en los carteles de la CC  GG de Bilbao?. Lástima, porque me hubiera gustado presentar su corrida; esa corrida sin definir que me viene ofreciendo afectuosamente Aresti.

 

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