Como cada dia, desayuno en la cafetería Lazcano camino de mi sesión de rehabilitación y fisioterapia. Me encuentro con Miguel Rellán. Acompaña a su madre, clienta de Lazcano, mi oficina donde escribo y recibo. La madre de Miguel Rellán es una anciana frágil y adorable, devota sobre todo del roscón de Reyes, insuperable, de Lazcano. Cada elogio al hijo le fulgura en los ojos. Al enterarse de que soy crítico de teatro, me pregunta si a Miguel nunca le he "puesto verde". Creo que no, pero no hay que desanimarse, todo se andará. Paloma, cajera circunstancial, es aficionada al teatro al que ha logrado arrastrar a Alfonso, su marido. Sólo hay dos seres de la farándula, a los que admira más que a Rellán, o de distinta forma: Nuria Espert y Luis Merlo. Ayer, con Miguel Rellan, fue una mañana feliz en Lazcano. Todos participaron del suceso: Mariángeles, Pablo, Juan, Paco, Carlos, Ana, Almudena..... Suceso tan memorable no ocurría desde que Antorrin Heredia vino un dia y cantó sin guitarra, unos tientos y una solea, homenaje a Carmen y Alfonso ( padres)
Francisca Miranda y el teatro.
Quiero a Fran, esposa de mi amigo Antonio Garrigues Walker. Lo digo sin ninguna intención bastarda pues al fin, Rajoy ha formado gobierno y el Rey no tendrá que encargárselo a un notable, que era mi estrategia secreta para que Garrigues me diese el Ministerio de Teatro.
Fran es una mujer
ética, estética y se está poniendo un poco hética. Francisca Miranda es una
gran aficionada al teatro. Veo a Fran en un estreno y digo todo en orden. Las mujeres me han besado mucho, pero Fran es la única que me ha
besado la mano. Fue la forma amiga y elegante de mostrar
su refrendo a una crítica mía de la que
todo el mundo disentía menos ella y, en cierta medida, Antonio.
Los papeles de la
alfarera.
Mi amigo equis lleva llamándome varios días, seguro que para
consultarme algo de la Alfarera. Retraso descolgar el teléfono. Mi ciclo está
cumplido y la Alfarera es cosa suya. Le
paso algunos datos que dudo sea capaz de entender.
La primera vez que vi a la Alfarera Prodigiosa, quedé aturdido por
su belleza. Pero no sentí deseos de acariciarla, acaso porque no me consideraba con la suficiente poesía para hacerlo. La Alfarera irradiaba una luz mate, purísima y sosegada;
no me valía mirarla a los ojos, arma infalible para desnudar por dentro a las
mujeres, porque la luz emanaba de todo su cuerpo: un ser de los primeros
tiempos de la creación. El pecado y el ensueño, inmediatos, en toda su pureza e
inocencia. Como un sacramento. Como una comunión purificadora.
Posteriores y espontáneas confesiones de la Alfarera me
revelaron que la frondosidad vegetal y temerosa de aquel alma era una selva umbría. Después,
la belleza se torna costumbre. Mi amigo equis, el que iba
camino del Olimpo en busca de una diosa insiste. “Mi Alfarera ha desaparecido; ¿sabes dónde
está?”. Lo sé, pero no voy a decírselo. Me puso un mensaje hace unos días rumbo a la Polinesia o algo así, donde Gauguin pintaba la sensualidad floreada y virgen de
las mujeres haitianas, más cerca del expresionismo dinámico que del
impresionismo contemplativo.
Sospecho que las vasijas, las figurillas de barro
policromadas se le han quedado pequeñas a la Alfarera, sin que mi amigo equis
se haya dado cuenta. Quizá quiera pintar; Gauguin
es la meta o no, no lo sé. De momento, la meta es Polinesia, y por el tono del mensaje creo que
sin Gauguin.
Mi amigo equis me ha
enviado lo que él llama “los papeles de la alfarera”; un error de
precipitación, pues la Alfarera volverá a él.“Por si no vuelvo a verla, te pertenecen más a ti que a mí”. O sea que los ha leído. Otro error morboso. “Si
no vuelve, me mato”. ¡Jooodeeer con la manía de matarse por la Alfarera!.
Conocí a uno de sus amadores, que pensaba
pegarse un tiro. Mi amigo equis me pregunta, “tú ¿no te matarías por la Alfarera”?. Le digo,
“¿yo? Pues….en estos momentos, tengo otras cosas en qué pensar”.
Se lo que haré cuando me lleguen estos papeles: los quemaré
en un recipiente metálico, plegados en
sentido vertical, con varios cortes en
triángulo por arriba, forma que aconseja
el manual más primario del espía; las
cenizas se derrumban de arriba abajo, pulverizadas. Le recomiendo que le haga reir, “las mujeres
aman a los hombres que las hacen reir, pero no le hagas cosquillas ni le
cuentes chistes”. Promete no hacerle
cosquillas, y chistes no sabe ninguno. Lo demás es secundario. A fin de
cuentas, un polvo se le echa a un pobre.
También le digo que cuide el culo de su
Alfarera.
Mi Alfarera a veces
tenía el temor de que su culo, digno de una fantasía de Botichelli y un sueño de Miguel
Ángel, se le cayera, perdiera su
lozanía. Y yo le preguntaba ¿qué coños tiene que ver tu culo con las vasijas y
las figuritas de barro?. Deducía yo que esa preocupación era legítima
coquetería de mujer.
Esos papeles me los sé de memoria y nunca pensé que hubiera
copia de ellos. Son confidencias, propias
de momentos malos, que debieran estar
quemadas. Nunca he desvelado ninguno, ni
siquiera el que más me emociona todavía,
el que certifica que, en algún momento preciso, de algo sirvió mi amor a
la Alfarera: “necesito estar a tu lado para convencerme de que soy esa mujer maravillosa que
tú idealizas”
Quizá sea una fantasía poética pensar que a la Alfarera no le completa su vida el apacible alfar, que el complemento está lleno de tribulaciones sin momentos de gozo. Puede que a mí me gustara más estar en ese lado, el lado
de allá de la Alfarera, que en el lado del arte y la creación, el lado de acá. Es igual. Cualquier circunstancia
al lado de la Alfarera ha de ser forzosamente el paraíso.
Cuando esperaba el embarque en no sé que aeropuertos del otro lado del mundo me puso otro mensaje confuso”. A partir de entonces, naturalmente, silencio
absoluto. A veces le sale la vena compasiva y generosa. O la melancólica. Una noche, a poco de conocerla, le dije; “estoy tan nervioso
como si viniera a la primera cita
con mi primera novia”.
Dijo "qué bonito es eso " Por qué le emocionan cosas tan elementales que cualquier mujer recibe con una sonrisa y paga con un beso casi a diario?
Me pregunta mi amigo equis cómo
estoy enterado de tantas cosas de la Alfarera, si a punto estamos de decirnos
adiós, que es lo que él desea
con fervor y sin disimulo. De entrada,
no digo adiós a la Alfarera, sino a un mundo que confieso me viene ancho y lejano. Nunca me engañó, sin embargo, sobre lo inaccesible, aunque pasajero de ese mundo, que
conste.
Sé que la Alfarera
leerá este blog, aunque ignoro cuándo, quizá después de volver de Polinesia o
de donde sea; por eso no le pregunto aquí por
su aprendizaje de Gauguin. Se le escaparía una carcajada y preguntaría “¿Gauguin,
qué tiene que ver Gauguin en esto?” A veces me escribía , “tu carta me ha producido una gran felicidad”. O “estoy
en Alemania, con mi amante; me
lleva en la barra de su bicicleta; mi pelo le acaricia la mejilla mientras pedaleamos
por
“tu” Kreuzberg o por el antiguo Check Point de las películas de espías”.
¿Estás preparado para todo esto, amigo
mio ? Te lo digo sin mala intención; cuando
ya, conforme a tus afanes, deseos y alguna trampa, tú Alfarera y
yo nos importamos menos de lo infinito que nos hemos importado en alguna ocasión que acaso no fue realidad, sino sueño. Da igual. Y experimento un agridulce simulacro de felicidad y liberación.
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