martes, 1 de noviembre de 2016

EL CULO DE LA ALFARERA, FANTASÍA DE MIGUEL ANGEL


 
Desayuno con Miguel Rellán.

Como cada dia, desayuno en la cafetería Lazcano camino de mi sesión de rehabilitación y fisioterapia. Me encuentro con Miguel Rellán. Acompaña a su madre, clienta de Lazcano, mi oficina donde escribo y recibo. La madre de Miguel Rellán es una anciana frágil y adorable, devota sobre todo del roscón de Reyes, insuperable, de Lazcano. Cada elogio al hijo le fulgura en los ojos. Al enterarse de que soy crítico de teatro, me pregunta si a Miguel nunca le he "puesto verde".  Creo que no, pero no hay que desanimarse, todo se andará. Paloma,   cajera circunstancial, es aficionada  al teatro al que ha logrado arrastrar a Alfonso, su marido. Sólo hay dos seres de la farándula, a los que admira más que a Rellán, o de distinta forma: Nuria Espert  y Luis Merlo. Ayer,  con Miguel Rellan,  fue una mañana feliz en Lazcano. Todos participaron del suceso: Mariángeles, Pablo, Juan, Paco, Carlos, Ana, Almudena..... Suceso tan memorable no ocurría desde que Antorrin Heredia vino un dia y cantó sin guitarra, unos tientos y una solea,  homenaje a Carmen y Alfonso ( padres)

Francisca Miranda y el teatro.

 Quiero a Fran, esposa   de  mi amigo Antonio Garrigues Walker. Lo digo sin ninguna intención bastarda pues al fin, Rajoy ha formado  gobierno y el Rey no tendrá que encargárselo a un notable, que era mi estrategia secreta para que Garrigues me diese el Ministerio de Teatro.   

 Fran es una mujer ética, estética y se está poniendo un poco hética.   Francisca Miranda  es  una gran aficionada al teatro. Veo a Fran en un estreno y digo todo en orden. Las  mujeres me han  besado mucho, pero Fran es la única que me ha besado la mano. Fue  la forma amiga y elegante de mostrar su refrendo a una crítica mía de la  que todo el mundo disentía menos ella y, en cierta medida, Antonio.

Los papeles de la alfarera.

Mi amigo equis lleva llamándome varios días, seguro que para consultarme algo de la Alfarera. Retraso descolgar el teléfono. Mi ciclo está cumplido y  la Alfarera es cosa suya. Le paso  algunos datos que dudo sea capaz de entender.

 La primera vez que  vi a la Alfarera Prodigiosa, quedé aturdido por su belleza. Pero no sentí deseos de acariciarla, acaso porque no me consideraba con la suficiente poesía para hacerlo. La Alfarera irradiaba una luz mate, purísima y sosegada; no me valía mirarla a los ojos, arma infalible para desnudar por dentro a las mujeres,  porque la luz emanaba   de todo su cuerpo: un ser de los primeros tiempos de la creación. El pecado y el ensueño, inmediatos, en toda su pureza e inocencia. Como un sacramento. Como una comunión purificadora.

Posteriores y espontáneas confesiones de la Alfarera me revelaron  que la frondosidad  vegetal y temerosa  de aquel alma era una selva umbría. Después, la belleza se torna costumbre.  Mi amigo  equis, el que iba camino del Olimpo en busca de una diosa insiste.   “Mi Alfarera ha desaparecido; ¿sabes dónde está?”. Lo sé, pero no voy a decírselo. Me puso un mensaje hace unos  días rumbo a la Polinesia o algo así, donde Gauguin   pintaba la sensualidad floreada y virgen de las mujeres haitianas, más cerca del expresionismo dinámico que del impresionismo contemplativo.

  Sospecho que las vasijas, las figurillas de barro policromadas se le han quedado pequeñas a la Alfarera, sin que mi amigo equis se haya dado cuenta. Quizá quiera pintar; Gauguin es la meta o no, no lo sé. De momento, la meta es  Polinesia, y por el tono del mensaje creo que sin Gauguin.  

Mi amigo equis  me ha enviado lo que él llama “los papeles de la alfarera”; un error de precipitación, pues la Alfarera volverá a él.“Por si no vuelvo a verla, te pertenecen más a ti que  a mí”. O sea que los ha leído. Otro error morboso. “Si no vuelve, me mato”. ¡Jooodeeer con la manía de matarse por la Alfarera!. Conocí a uno de sus amadores,  que pensaba pegarse  un tiro. Mi amigo equis me pregunta, “tú ¿no te matarías por la Alfarera”?. Le digo, “¿yo? Pues….en estos momentos, tengo otras cosas en qué pensar”.

Se lo que haré cuando me lleguen estos papeles: los quemaré en un recipiente metálico,  plegados en sentido vertical,  con varios cortes en triángulo por arriba,  forma que aconseja el manual más primario del espía;  las cenizas se derrumban de arriba abajo, pulverizadas.    Le recomiendo que le haga reir, “las mujeres aman a los hombres que las hacen reir, pero no le hagas cosquillas ni le cuentes  chistes”. Promete no hacerle cosquillas, y chistes no sabe ninguno. Lo demás es secundario. A fin de cuentas, un polvo se le echa a un  pobre. También  le digo que cuide el culo de su Alfarera.

 Mi Alfarera a veces tenía el temor de que su culo, digno de una fantasía de Botichelli y un sueño de Miguel Ángel, se le cayera,  perdiera su lozanía. Y yo le preguntaba ¿qué coños tiene que ver tu culo con las vasijas y las figuritas de barro?. Deducía yo que esa preocupación era  legítima coquetería de mujer.

Esos papeles me los sé de memoria y nunca pensé que hubiera copia de ellos. Son  confidencias, propias de momentos malos, que  debieran estar quemadas.  Nunca he desvelado ninguno, ni siquiera el que más me emociona todavía,  el que certifica que, en algún momento preciso, de algo sirvió mi amor a la Alfarera: “necesito estar a tu lado para  convencerme de que soy esa mujer maravillosa que tú idealizas”

Quizá sea  una fantasía poética pensar que a la Alfarera no le completa su vida el apacible alfar,  que el complemento está lleno de tribulaciones sin momentos de gozo.   Puede que  a mí me gustara más estar en ese lado, el lado de allá de la Alfarera,   que en el lado del arte  y la creación, el lado de acá. Es igual. Cualquier circunstancia  al lado de la Alfarera ha de ser forzosamente el paraíso.

 Cuando   esperaba el embarque  en no sé que aeropuertos del otro lado del mundo me puso otro mensaje confuso”. A partir de entonces, naturalmente, silencio absoluto. A veces le sale la vena compasiva y  generosa. O la melancólica. Una noche, a poco  de conocerla, le dije; “estoy tan nervioso como  si viniera a la primera cita con  mi primera  novia”.  Dijo   "qué bonito es eso "  Por qué le emocionan cosas tan elementales que cualquier mujer recibe con una sonrisa y paga con un beso casi a diario? 

Me pregunta mi amigo equis  cómo  estoy enterado de tantas cosas de la Alfarera, si a punto estamos de decirnos adiós, que es lo que  él   desea con fervor y sin disimulo.  De entrada, no digo adiós a la Alfarera, sino a un mundo que confieso me viene ancho y lejano. Nunca me engañó, sin embargo,  sobre lo inaccesible, aunque pasajero de ese mundo, que conste.

 Sé que la Alfarera leerá este blog, aunque ignoro cuándo, quizá después de volver de Polinesia o de donde sea; por eso no le pregunto aquí  por su aprendizaje de Gauguin. Se  le escaparía una carcajada y preguntaría “¿Gauguin, qué tiene que ver Gauguin en esto?” A veces me escribía ,  “tu carta me ha producido una gran  felicidad”.  O  “estoy en Alemania, con mi amante;  me lleva en la barra de su bicicleta; mi pelo le acaricia la mejilla mientras pedaleamos  por  “tu” Kreuzberg o por el antiguo Check Point de las películas de espías”.  ¿Estás preparado para todo esto, amigo mio ? Te lo digo sin mala  intención; cuando ya, conforme a tus afanes,  deseos y alguna trampa,  tú Alfarera y yo nos importamos menos de lo infinito que nos hemos importado en alguna ocasión que acaso no fue realidad, sino sueño. Da  igual. Y experimento un agridulce  simulacro de felicidad y liberación.  

 

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