El Banquete de Pimenta y Alvaro Tato
Sobre textos clásicos
universales. Dirección, Catherine Marnas y Helena Pimenta. Dramaturgia, Alvaro
Tato. Escenografía, Carlos Calvo.
Vestuario, Carlos Calvo y Mónica Teijeiro. Iluminación, Enrique Chueca.
Reparto; Lola Baldrich, Pablo Béjar, Jimmy Castro, Gonzalo de Castro, Aleix
Melé, Manuela Velasco. Escenario, Teatro la Comedia.
Hay en el montaje de El banquete lo que pudiéramos llamar una
revolución formal y espacial, pero en el fondo lo que importa es la palabra que
es la que vertebra el espectáculo. Los gestos claves de la tragedia, como ese
Edipo ciego de Gonzalo de Castro buscando la explicación de su destino. O de la
comedia con frecuencia. De Helena Pimenta y Alvaro Tato se espera siempre la
excelencia. Y cuando no la encontramos
se produce una melancólica decepción.
Los textos clásicos a que alude el
programa de mano son la Celestina, Edipo, don Quijote, Macbeth, La vida es sueño, El
Avaro, La dama duende, Romeo y Julieta. El
Banquete hace referencia al diálogo de Platón en el arranque y en la forma;
en la celebración del vino y las disputas de amor; en la dialéctica inteligente
y aguda a la que los comensales son invitados. Los actores, de la Joven Compañía
unos, y figuras consagradas otros, reciben al público y lo acomodan en torno a
una gran mesa en forma de rectángulo con amplio espacio entre medias. Y el público disfruta del vino, del mosto o
del agua y de la proximidad de los actores, lo cual siempre es motivo de gozo. Y
se siente actor, que es algo a lo que siempre aspiramos los espectadores. Sentirse
actor con Lola Baldrich es complicado pues es muy buena actriz; con Gonzalo de
Castro, debilitado creo yo por su imagen televisiva de series, es más fácil. Relativamente.
No hay que sentirse actor, hay que ser actor. Y la gente comparte con los intérpretes
esa sensación inefable e imposible de
ocupar por derecho propio un sitio en el escenario. Por mucho que los planos
entre público y espacio escénico se rompan, siempre aparecen dos niveles. La
complicidad entre intérpretes y espectadores puede ser gozosa, pero resulta
insuficiente. Siempre se impone la realidad del teatro, que es otra realidad
necesariamente distinta, pero realidad, al fin y al cabo; como todas las
convenciones.
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