lunes, 19 de abril de 2021

 

El retratista mágico. Fauna y flora del Café Gijón )II.

Bajito, menudo y con un gran bigote que le caía lacio por las comisuras de la boca. No recuerdo cómo se llamaba ni si era chileno, peruano, colombiano del altiplano. O chileno arrebatado de las alturas nerudianas de Machu Pichu. Un cóndor transformado en gorrión. Era habilísimo dibujante a carboncillo y a plumilla, un excelente retratista que quizá lo hubiera sido también al óleo o al acrílico de habérselo propuesto. Pero eso yo creo no entraba en sus cálculos, nunca pensó en ello. Con el lápiz y el carboncillo le bastaba, siempre ligero de equipaje. Y un blog de tamaño algo más grande de un folio que le duraba poco. Si no le gustaba el retrato, independientemente de lo que dijera el retratado, lo arrugaba y tiraba.  Y Pepe Bárcena, el camarero ilustrado del Café de Gijón, recogía celosamente los despojos.

Los retratos  que hacía podían ser ¨con parecido o sin parecido¨. A gusto del modelo. Con parecido,  podía cobrar un bocadillo de tortilla y el vino que pudiera beber mientras realizaba la obra. Sin parecido, la voluntad. Siempre había un rasgo, algo que justificara el esfuerzo del pagano de verse reflejado. Recorría las mesas del Café ofreciendo sus servicios y si ya estaba saciado de bocadillos, cobraba en metálico una  cantidad  acordada o la voluntad del retratado. No admitía regateos y una vez aceptadas las condiciones, estas se cumplían a rajatabla. Su clientela, naturalmente, no eran los tertulianos fijos del café, sino los trashumantes y curiosos  por conocer qué era aquello del café Gijón y los misterios de su fama. El retratista peruano, colombiano, dominicano puertoriqueño o lo que fuera, nunca lo supe, vivía austera pero holgadamente. Su frugalidad le permitía ser virtuoso. Como se adivina por este breve retrato literario, sus necesidades eran mínimas y en cuestión de mujeres tampoco la vida se le iba en alardes innecesarios. Los momentos cumbres de su esplendor y libertad eran aquellos en los que alguien le solicitaba un retrato y le decía que no. ¨Imposible, no se da cuenta de que estoy disfrutando de la compañía y conversación de unos amigos?¨. Otras veces el rechazo obedecía a una desgana y a una pereza insuperables. Su pereza era  una pereza metafísica. No sé si este retratista mágico era feliz o no, pero emitía buenas vibraciones que sosegaban las impaciencias de los demás.   O si se prefiere vibraciones neutras, ni concéntricas ni excéntricas.

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