El retratista mágico. Fauna y
flora del Café Gijón )II.
Bajito, menudo y con un gran
bigote que le caía lacio por las comisuras de la boca. No recuerdo cómo se
llamaba ni si era chileno, peruano, colombiano del altiplano. O chileno arrebatado
de las alturas nerudianas de Machu Pichu. Un cóndor transformado en
gorrión. Era habilísimo dibujante a carboncillo y a plumilla, un excelente
retratista que quizá lo hubiera sido también al óleo o al acrílico de habérselo
propuesto. Pero eso yo creo no entraba en sus cálculos, nunca pensó en ello.
Con el lápiz y el carboncillo le bastaba, siempre ligero de equipaje. Y un blog
de tamaño algo más grande de un folio que le duraba poco. Si no le gustaba el
retrato, independientemente de lo que dijera el retratado, lo arrugaba y
tiraba. Y Pepe Bárcena, el
camarero ilustrado del Café de Gijón, recogía celosamente los despojos.
Los retratos que hacía podían ser ¨con parecido o sin
parecido¨. A gusto del modelo. Con parecido,
podía cobrar un bocadillo de tortilla y el vino que pudiera beber
mientras realizaba la obra. Sin parecido, la voluntad. Siempre había un rasgo,
algo que justificara el esfuerzo del pagano de verse reflejado. Recorría las
mesas del Café ofreciendo sus servicios y si ya estaba saciado de bocadillos,
cobraba en metálico una cantidad acordada o la voluntad del retratado. No
admitía regateos y una vez aceptadas las condiciones, estas se cumplían a
rajatabla. Su clientela, naturalmente, no eran los tertulianos fijos del café,
sino los trashumantes y curiosos por
conocer qué era aquello del café Gijón y los misterios de su fama. El
retratista peruano, colombiano, dominicano puertoriqueño o lo que fuera, nunca
lo supe, vivía austera pero holgadamente. Su frugalidad le permitía ser virtuoso.
Como se adivina por este breve retrato literario, sus necesidades eran mínimas
y en cuestión de mujeres tampoco la vida se le iba en alardes innecesarios. Los
momentos cumbres de su esplendor y libertad eran aquellos en los que alguien le
solicitaba un retrato y le decía que no. ¨Imposible, no se da cuenta de que
estoy disfrutando de la compañía y conversación de unos amigos?¨. Otras veces
el rechazo obedecía a una desgana y a una pereza insuperables. Su pereza
era una pereza metafísica. No sé si este
retratista mágico era feliz o no, pero emitía buenas vibraciones que sosegaban
las impaciencias de los demás. O si se
prefiere vibraciones neutras, ni concéntricas ni excéntricas.
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