domingo, 11 de abril de 2021

 

La luz que se apagó y perdura. ELISA

Pesadilla. Primero un viento helado, después un viento suave, del cierzo. Realidad; una sonrisa sin raíces, sin tronco sin ramas y sin hojas, todo savia; inmensa, universal y eterna. Una sonrisa vegetal y humanísima. Una de esas sonrisas que no sabes de dónde vienen, pero sabes a dónde van. Vienen desde la eternidad y van al hombre, al ser humano en toda su extensión. La bondad absoluta. Once hijos y algunos abortos involuntarios. Y por fin el silencio. Un silencio líquido en medio del silencio telúrico de la pandemia, entre los heraldos negros de la pandemia, un silencio con leves ondulaciones de arcoiris, un arcoiris total sin lluvia, sin rayos de sol y sin heraldos ni negros ni blancos. La luz en estado puro. La luz terrible y herida. Comprendí entonces, cuando se extinguió,  hace pocas horas, que su resplandor  me había iluminado siempre, como me iluminó la luz de mi madre; comprendí  que Elisa mi hermana mayor, de cinco hermanos después de Arturo, y antes de Mercedes, José Maria y Concha. Yo el benjamín, el mimado, había sido mi luz más verdadera después de la señora Rosario, nuestra madre .

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