Eloy Arenas, retrato a punta seca.
Continúo con este artículo una antigua sección de diario de Javier
Villan, bien aceptada en
tiempos por seguidores fieles, Retratos al vitriolo o al pastel; se la dedico a Eloy Arenas, después de haber dedicado la primera del
retorno a las aventuras otoñales y
amorosas de Enrique Ponce y a las desventuras de una mujer muy
admirada por mí, Paloma Cuevas su esposa. Naturalmente, el retrato de
Arenas debe ser al pastel. 10
años llevaba Burundanga en la cartelera sin faltar nunca a la cita. Algo
insólito en una cartelera como la española de extremosa fugacidad. Algo de esa continuidad se debe sin duda al
talento empresarial de su productor, Pedro Larrañaga, pero sin
duda lo único imprescindible en teatro es el actor; y el público claro; o sea,
alguien que habla y alguien que escucha.
La pandemia ha alterado muchas cosas.
Nada es seguro hasta saber qué pasa con la posibilidad de nuevos
confinamientos. Eloy Arenas es un gran
actor, un gran cómico en el sentido amplio y genérico de la palabra, que define
a la farándula. ¡!Cómico! ¡!!Actor!!! Y es también un gran autor. Tengo en mis
manos su texto inédito Me enamoré de tu violín. Es la historia de un violinista que tras un fracaso amoroso
sufre el bloqueo inconsciente de su capacidad de hablar y de escribir; sólo puede comunicarse a través de su violín.
Eloy Arenas, además de gran actor, es buena gente, circunstancia ésta nada
desdeñable en los tiempos que corren. En escena, al menos en lo que yo le visto
siempre, Eloy es apoyo y no rival del compañero; premisa irrenunciable
desde la tragedia griega y la comedia romana. Sin conflicto no hay obra teatral
posible, pero el conflicto personal entre actores puede arruinar una
función. Hasta el genial y arbitrario José
Bòdalo, que hacía su papel mientras escuchaba por una radio de
bolsillo los partidos de fútbol, dejó
constancia de esta solidaridad. Cuando yo hacía teatro aficionado aprendí algo
de esto; Maxi Rodríguez profesor
de Instituto en Getafe, me pidió que hiciera el protagonista de El rey se
muere, de Ionesco. Acepté sin vacilaciones; en el fondo a mí me
hubiera gustado ser torero o ser actor;
dar la vuelta al ruedo en las Ventas o la Maestranza o salir a saludar aunque fuera en un teatro de
pueblo, en el María Guerrero o el Español, mejor.
Esas eran mis grandes aspiraciones y, sin embargo, ¡perra vida! me he quedado
en crítico; la solidaridad, respeto al espacio del otro, es lo que he aprendido
de Eloy Arenas, sobre todo en sus últimas intervenciones con Ramón
Paso/Azorín. PasoAzorín es la última revolución que perdura del
teatro español partiendo casi de la nada, salvo de la tradición. Conocido es el axioma de don Eugenio
D,Ors, “lo que no es tradición es plagio”.
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