miércoles, 14 de octubre de 2020

 

Estampas palentinas

Cangrejos y el arte del retel.(Publicado en Diario Palentino)

El cangrejo de rio es un manjar exquisito, da igual la forma en que se cocinen. Mi madre no los guisaba, con pequeños trozos de chorizo, que era lo más habitual.  Los cocía vivos en agua hirviendo y salada, por lo cual la moderna progresía la habría condenado a la hoguera por maltrato animal. Y luego vertía sobre ellos una salsa de ajo majado en mortero o almirez, con pimentón, aceite y perejil. Esa muerte, aunque casi instantánea, debía de ser sin duda dolorosa, con dolor de cangrejo, claro. Si la cola quedaba extendida era señal de que el cangrejo estaba muerto antes del hervor y se desechaba. En mi pueblo de Torre de los Molinos, en los numerosos arroyos que surcaban su vega, se pescaban a retel; y mi prima Julia y su marido Miguel, y su hijo en Villoldo, los sigue pescando así. A veces también los pescábamos a mano, metiendo la mano en la hura donde se escondían, pero a mí me daban miedo las culebras   que podía haber dentro. Ahora que lo estoy escribiendo, aún se me pone la carne de gallina, cosa que con cierta retranca me recuerda Arturo, el de Villoldo. Mi hermana Concha tenía fama de cangrejera y dominaba el rito, pues pescar cangrejos a retel es un arte que no está al alcance de cualquiera. Por ejemplo, a mis hermanos Arturo y José María, o a mi hermana Elisa, jamás los vi tocar un retel.   El cebo preferido de los cangrejos es el de su hábitat; el pez o la rana. Y a los huesos de asado de los días de fiesta, tampoco les hacen ascos.  

 Lo normal es pescar cangrejos para consumo propio, pero a veces, se hacían intercambios, o se vendían al pescadero  que traía el pescado en bicicleta desde Palencia; dos kilos de cangrejos por un kilo de pescadilla, por dos de sardinas o por tres de chicharros  o de aguja.  Los chicharros eran comida de pobres, pero hoy se cotizan como besugos en Navidad. Ni que decir tiene que el pescadero siempre salía ganando, pues contaba con clientes que se disputaban la preciosa mercancía de cangrejos que él conseguía a precios muy favorables. 

La mejor hora  es  la hora de la tarde entre dos luces,  desde  la caída  del sol  hasta las diez de la noche más o menos. Pero si sale la luna, se jodió el invento;  a los cangrejos no les gusta la luna y se retraen.  Los cangrejos unas veces pican, es decir entran al cebo, y otras no.  Con el cierzo pican más, ignoro por qué. Además, el cierzo ahuyenta a los mosquitos, plaga del anochecer tan perturbadora por el zumbido como por la picadura.

 Un número razonable de reteles, legalmente limitado, es el de diez o doce. Si te descubren con más, la Guardia Civil puede o podía multar, igual que si no se respetan las medidas del cangrejo capturado, un mínimo, creo recordar, de seis o siete centímetros.  La distancia entre retel y retel debe ser de cuatro o cinco metros y el tiempo entre alzada y alzada de diez a quince minutos, aunque depende si en ese tramo del arroyo, y a esa hora, hay muchos o pocos cangrejos. Hubo un tiempo en que casi desaparecieron los propios y hubo que repoblar con cangrejos americanos, creo, que salían de paseo, devoraban las hortalizas de la vera del arroyo y eran muy ásperos de comer. Su pinza era durísima, más que la de los autóctonos, dolorosa  también la de éstos,  si,  al lavarlos antes del guiso, hacían presa en los dedos. A veces cortaban hasta hacer sangre.

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