sábado, 10 de octubre de 2020

Frente a fantasmas

Imagen imborrable de mis padres



Nos han cerrado  la boca con una mascarilla,  y nos han quitado el beso y la palabra. En las calles, procesiones de fantasmas, mascarillas sin alma. Si nos quitan el beso y la palabra nos han quitado   la vida y su sentido. Al principio fue el verbo, la palabra. Luego, vino el beso del pecado y la libertad. Y luego, la pandemia. Sin boca, sin labios. Los fantasmas ya no son seres de blanco y sombra que arrastraban cadenas lúgubres por las estancias de castillos sombríos y encantados. Una procesión de fantasmas invade las calles, mis calles que ya no son mías ni de nadie, mis calles que son una amenaza blanca, sin dueño ni dueña. En tiempos cantábamos “tu calle ya no es tu calle, que es una calle cualquiera camino de cualquier parte”. La calle es mia,  gritaba un Fraga Iribarne energuménico en el tardofranquismo; la calle es nuestra, demostraban a cada hora los policías, los llamados “grises”, cuando disolvían a golpes las manifestaciones que buscaban la democracia, “enterrada  bajo los adoquines”, como escribió, creo, Ignacio Amestoy. A mí me acompañaba el refuerzo moral de mi padre. El señor Francisco adusto, austero y generoso,  sin entrar en política, me inculcó un pensamiento: “hijo, que siempre puedas mirar a la gente a la cara, sin tener que bajar los ojos”. Los comunistas estábamos callados porque Santiago Carrillo desmovilizó el PCE, el PARTIDO.  Pese a todo, aquellas aventuras tenían, a veces, destellos humor. En una pared alguien escribió, “muerte al cerdo de Carrillo”. Y alguien escribió al lado; “cuidado Carrillo; te quieren matar el cerdo”. A mi madre, en Torre de los Molinos, (Palencia)  fueron a contarle que a Paquito,  o sea yo, le habían sacado en la tele al lado de comunistas muy famosos  y contestó rotunda: “pues si los rojos son como mi hijo no serán tan malos”.

!!El Partido!!! No había otro, !!el partido!!. Psoe dormitaba en somnolencia pasiva   o estaba de vacaciones. Por eso, cuando volvieron con el lema electoral “cien años de honradez”, alguien apostilló “y “cincuenta de vacaciones”.  La calle es de todos y no es de nadie. La calle es de los que la transitan con una pancarta de libertad. Como en aquella canción de Labordeta, “habrá un día en que todos al levantar la vista, veremos un letrero que ponga LIBERTAD”. La calle es de las procesiones en Semana Santa, implorando perdón al Cristo coronado de espinas, flagelado y mártir; y de las rogativas en tiempos de sequía, implorando lluvias; aquellas rogativas de madrugada en las que, antes de irme al Seminario Conciliar,  contestaba mecánicamente el sonsonete  del cura párroco y con capa pluvial. Cuando aprendí los primeros latines, ya supe qué quería decir aquel “ora pro nobis”. Yo iba de monaguillo con roquete y le daba al cura el hisopo cargado de agua bendita que extraía del calderillo de metal. ¡Oh tempora, o mores!


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