Francisco Alcaraz, el último pintor indaliano. In
Memoriam
Ha muerto el último pintor con el
indalo almeriense como símbolo, un gran restaurador de cuadros valiosísimos
cuya autenticidad ratificó muchas veces frente al desconocimiento y desidia de
sus poseedores. Maestro de restauradores
y un hombre bueno. Tallista de marcos, que podríamos calificar “de autor”, pues no
concebía un cuadro sin un marco excelente. Tarde me entero de la muerte de Francisco
Alcaraz sobreviviente a Perceval, el fundador del movimiento
indaliano, me parece, a Luis Cañadas y Capuleto, que murieron hace tiempo. Francisco Alcaraz,
94 años. Reposa en Almería su tierra natal, tras una vida ajetreada y
creativa, bajo la sombra protectora de
la alcazaba, fortaleza contra los árabes, que tantas veces pintó y de la cual
conservo un cuadro al óleo. También conservo un primoroso retrato de Romero,
su perro, y de Peseta, su gata
callejera que había recogido no sé dónde. Tuve el honor, de ahí su presencia en
esta tribuna palentina, de que pusiera
sus dibujos en mi libro Palencia, paisajes con figura, que se expusieron
en la Casa Regional de Palencia en Madrid, en la calle Bailén al lado del
viaducto.
Alcaraz siempre hizo una pintura amable
y perfecta de flores y animales, menos un tiempo en que hacía unos dibujos terribles, de
fauces y colmillos sangrientos sobre cuyas razones otro indaliano, Luis
Cañadas gran amigo de ambos, más de él que mio, reflexionábamos en
ocasiones. De Luis Cañadas hay un excelente dibujo en la cripta del Café
Gijón, interpretando un amargo soneto mío manuscrito. La colección de cuadros
del Gijón fue el regalo que Alcaraz ideó para la dueña, doña María creo se
llamaba, en su centenario, con la prohibición de que ni actuales ni futuros dueños comerciaran
con ellos. Cañadas derivó hacia
el muralismo y, como era un gran dibujante, esos murales le proporcionaron
muchas satisfacciones y reconocimientos.
En el número 17 de la calle Prim de Madrid estaba
la buhardilla de Paco Alcaraz, seis pisos devastadores sin ascensor. En
ella trataba de poner un cierto orden, Helia Turnon, su compañera, una
francesa culta que no daba abasto al desorden de Paco ni al desorden de la
buhardilla. Era amigo de todos, pero en especial de uno de los personajes más
representativos del café, Beppo Abdulwahad, una inglesa mal hablada que
dejó plantado a un príncipe árabe, de ahí su nombre, por un banderillero
español, y a la que Alcaraz veía como genuina representante de la lucha de
clases, cosa que a Beppo nunca se le pasó por la cabeza. El príncipe árabe se
tiró por el hueco de un ascensor cuando Beppo lo abandonó.
Beppo, desconocía el mecanismo de
las peluquerías y llegó tarde a mi boda porque la tuvieron más de la cuenta
sentada en el sillón. A Beppo, excelente acuarelista, de lo cual vivía, le
gustaba el flamenco. Por eso era amiga de Pepe el de la Matrona, cantaor
grande y Premio de la Sorbona de París. Ambos me hicieron un lugar en su
amistad y con ellos recorría las tabernas de los alrededores de Santa Ana,
hasta llegar a Gayango, al lado de Villa Rosa, donde una vez le vi cantar a
Pepe para Gina Lollobrígida unos fandangos, palo impropio de él, pero
acaso el único capaz de entender la bellísima italiana. Pero fue Paco
Alcaraz quien me advirtió “cuidado con lo que habláis en Gayango, porque es confidente de la policía”. No lo
sé, pero a Gayango, el día de la muerte de Franco, cuando yo cubría la
información para no recuerdo qué revista, me lo encontré llorando en la cola
para despedir al dictador. Querido Paco, no sé quién vive ahora en la
buhardilla de Prim 17. Enfrente, o casi enfrente, supongo que siguen los
cuarteles de militares que en noches angustiosas de tu alma te alarmaban. Mis
abrazos, si viven, para Paquito y para Jeanette y para la hija mayor,
residenciada en México, cuyo nombre no recuerdo en estos momentos. El Café
Gijón sigue donde siempre, a la vuelta de la esquina. Esperándote.
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