miércoles, 25 de noviembre de 2020

Tono Martínez, elegía por todos nosotros


Tono Martínez es un intelectual. Y un aventurero. Y un esteta y un poeta. A Tono Martínez lo recuerdo de viejos tiempos del café Gijón, allá por los setenta del pasado siglo. Se unió al grupo que formábamos Rafael Llorente, Cristina Maristany, Julián Marcos, Antonio Leyva, los pintores Alcaraz y Luis Cañadas de un estilo realista contrario a lo que Tono defendía como estética troncal; pero en las tertulias de café, nunca llega la sangre al rio. Ahí estaba por ejemplo, la tertulia de los poetas con gente tan dispar como Gerardo Diego, Jorge Urrutia, Juan Pérez Creus Maese Pérez, Angel García López, Buero Vallejo, Granados y el pintor Cirilo Martínez Novillo que se unía a los poetas porque detestaba la charla de los pintores. Carlos Oroza, el poeta beat que nunca llegó a maldito, solía ir por libre. Cirilo tampoco aguantaba a Luis Burón Barba, que leía Der Spiegel en alemán y luego, con los sociatas, fue Fiscal General del Estado. Otro juez, este comunista, Carlos Vega, representaba el equilibrio entre esta tendencia sociata y el PCE radical del editor Ramon Akal. A veces Fanny Rubio, estudiosa de las revistas de poesía de los años 50. Tono callado, aunque ya con inevitables destellos de talento. Al poco tiempo empezó a dirigir una revista que se convertiría en mítica por su esteticismo refinado y ejemplar. Tono Martínez y yo queríamos mucho a Rafa Llorente, diplomático,cónsul en París, y a Cristina, condesa de Lavern, que hacían versos al sudor de los obreros y al proletariado que viajaba en metro. A mí la poesía social, salvo Blas de Otero, me parecía una negación de la poesía y del mensaje. Pese a lo cual me cayó el sambenito de poeta social y político. Tuvo que venir Paco Umbral para poner las cosas en su sitio: político sí, pero antes que nada poeta. Juan Goytisolo refiere en uno de sus libros cómo Rafael Llorente, siendo cónsul, pretendió proclamar la República Española independiente en Fernando Poo.

Tono Martínez acaba de publicar un libro, El cuarto sello, diario de la peste. (Edit Polibea) Es un libro oportuno  y de urgencia, pero no es un libro oportunista. Escrito entre marzo y septiembre del presente año, es lo que podríamos llamar un dietario, un relato memorial. A veces, a su prosa fluida filosofal y hamletiana le salen ecos de Jorge Manrique, el de las Coplas y la finitud de la vida. Y con frecuencia, la máxima de los monjes trapenses, “morir tenemos, ya lo sabemos”, cuando se cruzaban silenciosos y rezadores en el claustro; o lo que es lo mismo “memento mori”, recuerda que hemos de morir. Es un libro melancólico, pero no sombrío. Con referencias esenciales a un  Madrid que ya no es, quizá nunca vuelva a serlo, Capital de la Gloria.

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