martes, 7 de noviembre de 2017

AITANA. RETRATO DE HÉCUBA


 Ahijada de Rafael Alberti, nacida en Roma e hija de Ángel Sánchez Gijón, exiliado, traductor de Gramsci y Passolini, Las cenizas de Gramsci. Aitana viene a esta serie de Retratos a punta seca,  por derecho propio y por la coincidencia  de estrenar en El Español, Las troyanas, que pondrá una vez más a prueba su capacidad de trágica, a veces cuestionada por su mítica “frialdad”. Una señora de orden,  alejada  del cuché, guardiana de su intimidad, una señora rara  que solo pierde la compostura para aplaudir y jalear a Asier Etxeandia, su amigo del alma: no es una groupie, en el sentido estricto y variopinto de tan ambiguo término, es una fan.

 En un espectáculo de Asier,  si Aitana está presente, al poco la sala es un manicomio. Lo comprobé  una noche en la Abadia, creo. Y hasta yo, poseido habitualmente por la severidad  del aristarco, me sorprendí  aplaudiendo y poseído por Aitana;  no sé si aplaudía a Asier o a Aitana, quede claro. 

 Yo creo que tiene capacidad para  la tragedia y la comedia y supongo que en ambas se encuentra a gusto. Alberti la tuvo en sus rodillas y Mario Vargas Llosa la llevó en el corazón. Nadie queda inmune, supongo, tras tenerla de compañera en un vis a vis diario sobre las tablas de un escenario una larga temporada

 Su elegancia natural y la seguridad en sí misma, se sobrepone a todo: al recuerdo invulnerable de su padre, a los celos larvados y no tan larvados de Isabel Preysler. El momento cumbre de este laberinto sentimental fue en Los cuentos de la peste, adaptación del propio Vargas sobre el Decamerón. Hasta este momento,  Vargas “había hecho de actor”, que no es igual que ser actor. Su debilidad quedó patente, ante  una Aitana en vena   que disparaba  las palabras  como  dardos. Yo creo que, por piedad,  no aniquiló al Nobel peruano, pero descubrió sus insuficiencias. Cosa, supongo, que no le importó demasiado a la Preysler  que también con mucha elegancia, tragaba quina. Estaba unida al  escritor por intereses  más perdurables  que sus dotes de actor. En cualquier caso, Las troyanas, Hécuba,  es una prueba de fuego para cualquier actriz, tanto más si no ha alcanzado los cincuenta años de edad. Yo creo que ha pasado pruebas peores y ha salido indemne. La crítica, otro dia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario