Ana Wagener es una gran actriz, una de las actrices de mi devoción,
como le gusta decir a Israel Elejalde cada vez que mis
críticas se centran en alguna interpretación sobresaliente. Ciertamente, tengo admiraciones, devociones y veneraciones. Viene a esta
sección Retratos a punta seca con
todos los derechos, sin privilegios. A no ser el privilegio que le otorga la
coincidencia de haber vuelto al Ambigú de Kamikaze con La voz humana, de Cocteau.
A la Wagener, la vi por primera
vez en el Alfil, con un espectáculo solo
de mujeres con algún texto vinculado, quizá, a Alfonso Zurro. No sé. Estos
retratos se me difuminan a veces, de tal manera que bien podrían llamarse
retratos de fantasmas, evanescencias, iluminaciones. Por lo cual, yo creo que lo mejor será
recuperar la crítica que le hice en el
Mundo. Hela aquí.
“Hacía tiempo que no veía en un escenario a Ana Wagener. Acaso desde un
cruento duelo en la Margaria Xirgu con
Magui Mira, una presa y una carcelera. Acaso en
la Sala de Arte, algo más
liviano, Málaga o algo asi. No lo sé.
Desde hace unos 30 años, más o menos, que la ví en el teatro Alfil, siempre he
sabido que estábamos ante una actriz grande; sin metáforas ni eufemismos. La
verdad, el dolor puro y duro. Y la técnica interpretativa. No hay arte sin técnica, desengañémonos, y no
vale la técnica que no traduzca el dolor
interno. Contradicciones de La paradoja
del Comediante. Y el juego, que eso y no otra cosa es Diderot, la libertad
del gesto, de la voz, del dolor.
Es soportable en una
actriz el nivel de sufrimiento de una mujer abandonada como la protagonista de La voz humana?. No, yo creo que no lo es
sin esa técnica aludida. Es un monólogo
con una voz al otro lado que lo convierte en
diálogo. Es el terror de hablar
con una misma, de buscar culpabilidades propias que exhoneren culpabilidades
del amante que acaba de dejarla.
Podemos adivinar a
través de las palabras, del gesto, de las lágrimas, el pasado y el presente y hasta el futuro de
un amor destruido. Las palabras, las circunstancias de dónde está el amado
cruel que la abandonó hace unas horas, a quién acaricia, con quien conversa, cuánto la necesita, cuánto ha
dejado de necesitarla.
Y el teléfono como único hilo de comunicación, el odioso
teléfono como argumento, es aquí un
elemento teatral de primera magnitud: sus cortes, sus respuestas, sus
silencios. Por primera vez no odio el teléfono en una obra de teatro. Gran texto, dirección de pulso medido y
exacto de Elejalde, grandísima
interpretración de Ana Wagener que logra convertir un requiem solitario en una sinfonía del
dolor. Y esa ventana abierta del final
al vacío y a la nada".
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