lunes, 27 de noviembre de 2017

RÍGOLA Y SUS PRODIGIOS.

Alex Rigola es un director de teatro que trata de destruir el  teatro. Como Lorca en el Público, por ejemplo. Pero la destrucción del teatro es imposible, pura retórica teatral; Rigola hace teatro sobre lo que considera los escombros del teatro. Quizá por eso recurre a la identidad indisoluble de personaje y actriz/actor. Esta identidad, podía ser  el objetivo de Vania, pero lo que de verdad es el objetivo de Rigola creo yo  es la demolición del personaje despojándole de su autonomía, una admirable   labor de síntesis refinada y transparente. El personaje no existe, existe la actriz, existe el actor con su propio nombre e identidad.
  A Ariadna Gil nunca la había visto en teatro.  Está lejos de esa Andreievna sofisticada y moscovita de Chejov. Rigola es fiel a Chejov, pero es más fiel a los actores.  Ariadna aquí es Ari, problema resuelto. Valorar la interpretación depende de la opinión   que cada uno tenga de estos actores, aunque parece evidente una mano rectora. O sea, teatro. La opinión que yo tengo de Cunill, Irene y Bermejo, Ariadna ya está citada,  es inmejorable. A Irene  Escolar la he seguido desde aquella Meche enigmática de   La Chunga. Camaleónica. Para una visión completa de Escolar remito al Retrato a Punta Seca que le hice en este blog hace unos días.
El mejor Rígola  durante mucho tiempo, para mí estaba en  2666, de Bolaño.  Rigola dibujó escenas para una “antología” universal del teatro”. Y para la historia universal de la infamia. Las mujeres de Chiapas enterradas en el desierto, su descubrimiento y exhumación. Inmortal Rígola y sobre todo  inmortal Bolaños. Radicalmente antribrecht no es posible ver los espectáculos  de Rígola con la frialdad de la inteligencia y la reflexión.
El nuevo centro Guindalera.
La mano mágica de Juan Pastor, afilado como su pensamiento.  La mano de hierro y los ojos vivaces de Teresa Valentín, los padres de esa criatura  que se llama María Pastor. Y la magia de María Pastor, un hada que desface maleficios y conjuros, dijo sentid mi llamada, seguidme y todos dócilmente la seguimos hacia un camino de estrellas que se vislumbraba tras un cortina. Teresa Valentin parecía decir este es mi reino.   Me encontré con Chusa Barbero, la insuperable y, con frecuencia, irritante madre en Bergman; Borja Ortiz de Gondra, a vueltas  con Los otros Gondra, sigue intrigado por desvelar la identidad de la Alfarera Prodigiosa, que dio luminosa oscuridad a este blog.  La sonrisa de  Pepa Pedroche  me recordó los horrores del mes de julio cuando yo trataba de perfilar una serie, sobre las zozobras del actor/iz un dia de estreno.  Es un actriz, en los clásicos, insuperable. A ella y a Marta Poveda las tuve cautivas; y a Luis Bermejo. Si entonces la Poveda y la Pepa no me mandaron a la mierda, no creo que nadie sea ya capaz de hacerlo. Ni siquiera una queridísima amiga que, cuando le enviaba  mi canción partisana Bella Ciao, creía que era una despedida y se entristecía.
Clea del Cuarteto de Alejandría decía que con las mujeres solo se puede hacer tres cosas: amarlas, sufrir por ellas o convertirlas en literatura. El hecho es que anteayer en este magno centro creador de la Guindalera, me encontré mujeres convertidas  en literatura. La propia Maria Pastor, a la que aún no le he dedicado uno de mis Retratos al pastel o a punta seca.  Y entre cómicos siempre la controversia.
Antagonismos críticos.

Preguntaba una cómica afamada cómo puede haber críticas tan dispares cuyos autores parecen haber visto dos obras distintas. Yo creo que efectivamente vemos  obras distintas. La del estreno o postestreno unos,  y la de 15 dias más tarde otros. En 15 dias cambian muchas cosas, hay otras referencias, un engranaje  más ajustado y ninguna función es igual a sí misma. Los críticos de teatro debieran hacer como los de toros; la misma hora y la misma corrida para todos, y aun así los juicios siempre serán distintos. No hay que ver nada raro en esa disparidad   que atañe  a la libertad de pensamiento y de expresión. Hay mujeres que son unas con un maquillaje y otras, con maquillaje distinto. Eres tú, le pregunté anteayer a una dilectísima amiga;  soy yo, la genuina. Y siguió disfrutando gozosamente de su camaleónico transformismo.

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