Viene Fernanda Orazi a esta serie de Retratos
a Punta Seca a propósito de la reposición de Barbados
en Kamikaze. (Ver crítica JVillán, el Mundo). Cuando Fernanda Orazi llegó a España traía con ella
lo que empezamos a fijar como señas de identidad del mejor teatro
argentino: Tolcachir, Veronese y el
último esqueje de la argentinidad, Pablo
Messiez. Orazi llegó como un vendaval disfrazado de brisa. Y con la
estética y la ética del teatro pobre como equipaje.
A Fernanda siempre la he asociado a Pablo
Messiez. Y considero a ambos corresponsables
de su respectivas evolucionnes hacia la esencia del teatro. Fuera del ecenario, con Fernanda
solo he coinciddo encontrado una vez y
con Messiez, nunca. Nuestras relaciones
están basadas en la pureza del desconocimiento personal y en la impureza creadora de todo teatro auténtico.
Una noche en el Matadero antes de que el
teatricida de Carmena, don Feijóo, expulsara el teatro de sus
dominios perversos. Fue un encuentro fugaz. Había sonado el último aviso, “vos
sos Javier Villán qué alegría”, más o menos. Esa sensación de urgencia permaneció en mí durante mucho tiempo junto a la fascinación por la actriz.
Mi instinto natural la sitúa en
la fugacidad mientras mi inteligencia teatral la fija en la eternidad. La
fascinación no tiene porqué ser un movimiento
espontáneo del espíritu, puede ser un hecho razonado. Me
ocurrió hace poco en Ensayo.
Silencio, lágrimas, gritos e histeria en consonancia con los prodigios
actorales de María Morales, Jesús
Noguero e Israel Elejalde. Silencios, lágrimas. Es una actriz capaz de reir
y de llorar a la vez y de estar callada. A ella y a Tomé les hice una magnífica
crítica en Barbados, hace muy poco; quiero
decir una crítica favorable. Vayan a ver la función Comprobarán que no he
exagerado nada.
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