domingo, 12 de noviembre de 2017

TROYANAS. AITANA, HECUBA JOVEN. ALBA FLORES, DIVINA



Botín de guerra

Un escenario tradicional no es el lugar adecuado para una obra  de tan  colosal envergadura.  El escenario se queda pequeño. Ni siquiera la escenografía de Paco Azorín logra oxigenarlo; dos planos,  el primero para la acción, el plano alto acaso para la reflexión.  Carme Portaceli no traslada mecánicamente el mundo troyano a la devastación del actual de civilizaciones confrontadas. Analogías, las imprescindibles; leves concesiones, complicidades. Eurípides es Eurípides y culpa  más a los hombres  que a los dioses.    Eurípides es un dialéctico y Conejero ha demostrado muchas veces,  encontrarse cómodo en esta filosofía.

 La Guerra de Troya no fue consecuencia de un apetito  de lujuria o un exceso de amor. Fue una guerra de expansión comercial,  nuevas rutas y nuevos mercados.  Helena, (Maggie Civantos) fue un pretexto. Y esta es muy clara en su confrontación con Hécuba: “de verdad crees que la posesión y el deseo de mi  cuerpo ha desatado la  guerra?”

La sensibilidad de Carme Portaceli la aproxima a estas mujeres, botín  de guerra de los  vencedores.  Error que lastra el discurso de la narración:  una Hécuba vigorosa y bella, cuya  edad parece la misma de Andrómaca (Gabriela Flore) su nuera, viuda de Héctor. Falla un reparto que, salvo en Polixena y Hécuba, carece  de consistencia. Aitana  Sánchez-Gijón,   en plenitud física y emocional, se sobrepone con dificultades a veces demasiado evidentes, a ese  contradiós de un reparto inadecuado.

La revelación  nace de Alba Flores, una evanescencia bellísima y sagrada, una faraona de porcelana, hija de Antonio, el genio maldito. Me fascina la estirpe de  los Flores marcada por el genio y la tragedia.   En resumen, no es un espectáculo redondo, pero merece la pena.

 

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