domingo, 9 de marzo de 2014

FALLAS (I). LOS MACHACOS Y LOS ADOLFOS

Olor a pólvora y a azahar en Valencia. Traca, tralla  y héroes de seda, como llama el magistrado Mariano Tomás  a los que se ponen  frente al toro. Mariano Tomás es el presidente de la peña los Machaco que me han declarado Machaco de Honor y me han dado una placa que reconoce mi contribución a la defensa de la Fiesta en los 25 años que he sido cronista de El Mundo. Me gusta la motivación, "defensa de la Fiesta", que no compartirán los que me llamaban y me llaman antítaurino. Mariano Tomás destaca la importancia de que un cronista, crítico de teatro a la vez y poeta, haya  dedicado a los toros lo mejor de su escritura  durante 25 temporadas. Por la mañana mascletá desde las ventanas del despacho de Jaime Sanz, el Gil Staufer universal de Valencia; antes del estruendo y la cuchipanda de tortillas, habas, embutidos y salmorejo, Jaime me enseña el vídeo de su nieto Jaime Miralles, toreando vaquillas en lo de Joselito; se le cae la baba como si estuviera viendo  a José Tomas. Hay torero en el muchacho, como hay escritor en su hermano Ximo; pero el Villareal los tiena agarrados en el escalafón juvenil y quizá pueda más   el fútbol que la poesía y los toros. Jaime, el abuelo,  llora por dentro. Los gemelos jugaban ayer en Tarragona y ganaron tres a uno. !Grande Villarreal!.

Valencia huele a pólvora y naranjas y el magistrado Mariano Tomás ejerce de juez de paz en una peña beligerante  que se define como romántica y antiestatutaria; yo le añado lo de unitaria dentro del caos, gracias al moderantismo  de Juan Manuel Mompó, un sosegado patricio de vuelta de casi todo;  y al moderantismo relativo de Jaime Sanz y  Vicente. Marcelino hace de portavoz de sí mismo; es su voz, la de los Machaco, la de los tendidos de sol y los tendidos de sombra: es el gobierno y la oposición.  O sea que Marcelino es un orfeón polifónico. Amat es el escriba, el asesor periodístico de lujo; recientemente ha organizado, en una primorosa edición, los escritos de Mariano Tomás y ha publicado una biografía de Guillermo Ciscar "Chavalo". Y tiene por estrenar un divertido sainete, El   niño de Barrionuevo. Y Javier es el heredero natural, por temperamento y por educación de Francisco Puchol; en el tenía puestas Puchol, el profeta Pucholias, todas sus complacencas  taurinas y esperanzas de futuro, y supongo que es un de los revulsivos de los Machaco. Con Carmelo que acoge en su casa la sede social de la peña y con Vicente,   el otro Vicente, alias Caramelo, se completa una peña, minoritaria, pero dirigida a una "inmensa  minoría",  como Juan Ramón Jiménez quería para su poesía. La mayor emoción de la noche fue compartir el recuerdo de Puchol, nuevo Machaco de Honor, que recogió su hijo del mismo nombre. El profeta Pucholías ha dejado huella: vivir en la vida de la fama, que decía Jorge Manrique. Con el corazón en la boca, Juan Manuel Mompó hizo la oración fúnebre. En los Machaco hay un joselitismo fundacional,  un vehemente tomasismo hereditario y un poncismo muy matizado y discutido.

Le hubieran dado a Ponce este año el Premio Macrodídimo,  si  matar  victorinos lo hubiese hecho en Fallas; pero consideran que debe un gesto grande a Valencia y que se ha apuntado a los victorinosdelrio y garcigrandes. Como me lo cuentan, lo cuento. Habrá que esperar, con todo, a esas corridas del monoencaste que se ha llevado este año el premio malo de los Machaco: el monoencaste Juan Pedro Domecq: once corridas de la misma sangre; el ganadero filósofo, el ganadero poeta que se sentía contínuamente agraviado por mis crónicas, ha sido uno de los peores enemigos de la fiesta . Y del auténtico toro de lidia.. La novillada inicial, un  fiasco, sobre todo para Román que tomará la alternativa en mayo.

Los adolfos, por los suelos: mucho trapío y pocas fuerzas; así, da lo mismo juampedros que albaserradas. Rafaelillo con garra, pero demasiados atragantones y pocos recursos ante las dificultades, como Robleño.  Javier Castaño, el más asentado. Y su cuadrilla de los milagros, Adalid, Sánchez y Galán,  sin pasar de corriente. El cuarto adolfo volvió a los corrales y el sexto también debió volver, si el presidente no hubiera sido tan complaciente. Tito Sandoval citó, movió  el caballo, tiró bien la vara y marcó con delicadeza dos puyazos. El adolfo se quedo sin picar  y sin resuello ni ganas de embestir. Y a Tito Sandoval, le aplaudieron mucho.

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